Estamos sumidos en un gran “coffee-ring”. Es un efecto físico de flujo capilar que se observa perfectamente en una gota de café, de ahí su nombre.
El borde de la gota se evapora más rápido; el líquido, al intentar compensar esa pérdida, arrastra partículas hacia el perímetro, dejando el centro vacío.
Así estamos, política y socialmente. El único espacio donde caben puntos de reencuentro —en todo el perímetro: izquierda, derecha, arriba y abajo— está completamente vacío.
En el centro no hay nadie…
La ciencia dice —simplificando mucho— que podríamos volver a llenar el centro con los flujos de Marangoni, si añadimos un tensioactivo que disminuya la tensión superficial y rehidrate el centro común.
No es tan difícil encontrar tensioactivos. Están en los jabones, la pasta de dientes, los geles, los champús…
¿Guerras de pompas de jabón? ¿Fiestas de espuma?
Quizás haya que empezar por ahí. Por algo que suavice. Por algo que nos reúna en el centro.
No me preocupa que no funcione la alarma del móvil o el despertador.
Cada día, a las ocho de la mañana ( que ahora son las siete), un vecino/a del barrio prepara un café aromático que se cuela por mi ventana y me despierta.
Dicen que el olfato sigue activo mientras duermes y el mío, detecta la señal para iniciar la rutina matinal.
No sé de dónde viene pero no puede estar lejos.
Es una parte del inicio del día, después viene el sonido de una persiana abriéndose, siempre la misma.
“Tomar un café” es uno de esos ritos encantadores que nos hace más sociables, más amigos y, claro, en un primer impulso me vas a decir que sí. Quedaremos en mi casa, te haré pasar a mi salón y te dejaré sentado en mi nuevo sofá color chocolate.
Un poco de música suave enriqueciendo la atmósfera, te hará sentirte cómodo. Tendrás ganas de hablar de la vida, de lo transcendental o, simplemente, de lo que es superfluo, pero nos hace reír.
Mientras comentamos la jugada, me oirás trastear por la cocina. Sacaré mi vieja cafetera de puchero de uno de los armarios y, tú, sorprendido, me preguntarás por mi máquina de espresso de diseño. Sí, la de las capsulitas. Yo te responderé que he vuelto a mis orígenes y que te estoy preparando el mejor café del mundo en la vieja cafetera de mi abuela. Te distraeré, describiéndote los orígenes que he elegido para esta mezcla de granos: un poco de Kenia, Brasil y un toque napolitano…
A los pocos minutos de encender el fuego, empezarás a sentir la fragancia sutil del café que se hará más insistente, más poderosa. Ya estarás absolutamente relajado y dispuesto a que nos conectemos con este ritual del tomar el café… Entonces, la cafetera alcanzará su punto místico, al borde de la ebullición y se pondrá a cantar La Traviata. Sí, no lo has leído mal: La Traviata de Verdi.
Serán unos compases que tú no oirás…
Lo descubrí el día ese tan famoso en el que se fue la luz. La avería general afectaba a mi calle y la voz automática del Servicio de Atención al Cliente, me informó que tenía para cinco horas sin suministro. Esperaba visita así que empecé a pensar como iluminarnos…
Busqué la linterna y no encontré la linterna. Tampoco di con las velas de emergencia que todos, todos, tenemos en casa así que recurrí al precioso velón de vainilla que me regalaron para mi cumpleaños que me había resistido a encender para no perder la delicada forma cubista en la que estaba esculpido.
La cocina se iluminó tenuemente con la suave luz de la llama y un aroma dulzón de vainilla se esparció por la cocina. Me apeteció un café. Un rico espresso, de esos aromáticos y cremosos. Un Blue Mountain sería una buena elección, pero miré mi preciosa máquina de café, de diseño, con sus capsulitas y totalmente muerta y borré de mi mente la idea del café. Pero la idea se imponía en mi cabeza: café, café, café….
Desde pequeña, he vivido el” tomar café” como un rito sagrado. Íbamos a un tostadero, dónde mi padre elegía según los orígenes. Lo compraba en grano, ya que consideraba imprescindible molerlo instantes antes de ponerlo en su cafetera. Este grato recuerdo que casi huelo, me hizo recordar que tenía la vieja cafetera de mi abuela en el fondo de un armario y ¡Funcionaba con mi cocina de gas natural! No necesitaba la dichosa luz. La lavé y la llené de agua. ¿Y el café? Miré las cápsulas, miré la cafetera. Me dediqué a rasgarlas e ir llenando el viejo cacillo con el café de George.
Mientras la cafetera iniciaba la ebullición, cogí mi móvil, que milagrosamente estaba cargado, y llamé a mi cita. Tenía mis esperanzas puestas en que, por fin, había encontrado a alguien interesante y con posibilidades de un futuro común. Me saltó el buzón de voz, al mismo tiempo que la cafetera empezaba a cantar La Traviata. Yo también salté. Primero estaba asustada y después, más tranquila al ver que el viejo cacharro lo único que hacía era tatarear el Brindisi. Me acerqué y con todo el valor que pude reunir, abrí la tapa. El café, caliente y especiado, aparentaba una normalidad absoluta.
Entonces, mi teléfono empezó a sonar. Era él. Para entonces, la cafetera ya se había callado y mi imaginación volvió a encarrilarse hacia la normalidad.
– ¿Cuándo vendrás? Se ha ido la luz, pero se me ocurren cosas maravillosas que podemos hacer totalmente a oscuras.
-. Dentro de un ratito. Tengo mucho trabajo– me respondió él.
La cafetera silbó el inicio del Brindisi.
No le di importancia.
– ¿Me echas de menos?
– Sí, muchísimo–.
Y fue acabar la frase y la cafetera, ya absolutamente lanzada, subió el volumen.
La Traviata en su máximo apogeo. Parecía que había una orquesta sinfónica en mi cocina…que sólo oía yo. Fue colgar el teléfono y la cafetera, enmudeció. Me serví un café y vertí el resto en una jarrita de porcelana. Revisé el interior del viejo pote, buscando el ingenioso mecanismo que hacía que sonora la música. Nunca he sido muy de máquinas, así que tampoco me sorprendió no encontrar nada.
El hombre con el que hablé duró dos meses en mi vida. Me abandonó y me partió el corazón. La cafetera tuvo algo que ver, evidentemente. No pude volver a guardar la reliquia de la abuela y, poco a poco, recuperé la vieja tradición familiar del rito del café. Dejé de hacer colas para que me vendieran las capsulitas cómo si fuera caviar y localicé pequeños tostaderos artesanos donde podía experimentar con diferentes blends ysiempre que nos apetecía un café lo hacíamos en el viejo puchero.
Y el viejo puchero me cantó tantas veces La Traviata que tuve que admitir que había una relación causa-efecto. Si mientras se hacía el café, si yo le hacía una pregunta a quien estuviera conmigo, El Brindisime decía si la respuesta era verdadera o falsa. Si me estaba mintiendo, yo oíaLa Traviata.
Ya llevo bastantes relaciones finiquitadas por mi cafetera-polígrafo.
Ahora entiendo porque mi padre la escondió durante todos estos años en el garaje, en una caja de cartón. Es un chivato de la mentira. De todas las mentiras: las transcendentales y las superficiales y eso es peligroso. Es más fácil vivir ignorando la verdad, creedme.
Yo soy adicta a esa cafetera. Puede ser que también sea adicta a la verdad, pero no siempre toda la verdad es importante. Sí, si lo que quieres saber es si te quieren, pero no si la pregunta es si te queda mejor ese nuevo corte de pelo. No puedo evitar someter a todos mis amantes a la prueba de La Traviata. Ni a mis amigos. Ni a la familia. Podría dejar que las cosas fluyeran naturalmente y volver a conectar mi máquina de café espresso en cápsulas, pero no puedo. La cafetera de la abuela me supera…
Si vienes, te invitaré a catar un increíble blend de un torrefactor artesano. Te encantará. Me lo envían desde Roma. Esperaré que el aroma te llegue al cerebro y te preguntaré…
Libiamo, libiamo ne’lieti calici che la belleza infiora. E la fuggevol ora s’inebrii a voluttà. Libiamo ne’dolci fremiti che suscita l’amore, poichè quell’ochio al core Omnipotente va.
Ya no me hace falta despertador. Ni se me pegan las sábanas. Me despierto pronto, muy pronto. El ruido de las obras de varios vecinos, realizadas simultáneamente por cosas del azar, me hace abrir los ojos cada mañana, sobresaltada por el martilleo, el sonido raspante de la sierra eléctrica y la increíble percusión atronadora del taladro.
Quedan lejos los días en los que lo único que me hacía avanzar la hora del despertar matutino, era el olor de café de algún vecino muy madrugador que entraba por la ventana abierta. Aunque estuviera dormida, mi cerebro detectaba el aroma del café recién hecho con una cafetera Oroley ( cafetera italiana o moka). La de toda la vida, no como las de ahora, de espresso y cappuccino increíbles, pero sin permanencia del aroma a café. Me lleva a tiempos felices. Me recuerda a la cafetera de mi infancia, a cuando oía el borboteo y aquel perfume invadía toda la casa. A lo lejos, oía trajinar a mi madre y la radio, con “Protagonistas” de Luis del Olmo de fondo.
Una rutina armoniosa de inicio del día totalmente opuesta a la de ahora, en la que, mientras tomo mi café , tengo deseos irrefrenables de ir a decirle algo a quien maneja ese taladro…
Esto es del 2006. Como quien no quiere la cosa (porque yo no quería, lo prometo), han pasado ocho años. En esa época tan lejana, hice una serie de cuadros que llame “For Coffee Lovers”. Como no sé dibujar ( y las flores marcianas dan fe de que , ocho años después, sigo igual), me dediqué a pegar granos de café, previamente coloreados en un fondo ( y ahí estaba la gracia) en el que mezclé acrílico y café espresso ( 100% arábica).Y, después, experimentando un poco, mezclé café molido con pintura acrílica y látex.
Estos cuadros viven en Seattle, la ciudad americana “del café” por excelencia. Me consta que aún sobreviven al paso del tiempo. Sinceramente, tenía miedo que los granos de café se desengancharan (por mucho pegamento de contacto que les hubiese puesto) o que el café molido se fuera desprendiendo del fondo…
Cuando hablamos de «Comercio Justo» , inevitablemente hacemos una asociación emocional con la caridad, la compasión …. Si alguna vez estamos en disposición de comprar un producto en este canal, pensamos que estamos ayudando a un colectivo concreto ( cosa cierta) pero la realidad es que al realizar esa transacción comercial lo que estamos haciendo no es ser solidarios. No . Lo que hacemos es «ser justos».
Parece algo tan sencillo y tan de «norma vital», algo tan lógico ( ser justos en todos los aspectos de la vida, es una de nuestras metas ¿no?) que parece increíble que este comportamiento básico se viole y se incumpla ( siempre por interes económicos) y se cree una situación tan injusta que requiera de otra, llamada «Comercio Justo» para intentar equilibrar el abuso. Equilibrar y abuso, ya veís que son antónimos.
La existencia de algo llamado «Comercio Justo» debe provocar una profunda reflexión por nuestra parte , los consumidores finales.
Deberíamos exigir que cualquiera de las cosas que consumimos, que compramos, provengan de un trato JUSTO con todas las partes. Y que no sean mucho más caras que las que provienen del mercado tradicional ( y abusivo).No somos ilusos y vivimos en el mundo real y sabemos que las empresas deben ganar dinero. Pero, lo que no podemos aceptar es que el lucro de multinacionales y grandes grupos poderosos sea a costa del hambre y la miseria de los primeros eslabones de la cadena : los pequeños productores. Lo que debemos exigir es solo lo justo. ¡Imagínate lo que estoy escribiendo!… Sólo lo justo…
Hablemos de café. ¿Os apetece un café?
Según la OIC (2012), 125 millones de personas viven actualmente del café, muchas de ellas empleadas en el servicio de preparación y distribución del producto, pero 25 millones son pequeños productores y productoras en países en desarrollo…
Casi me parece mentira que, mientras yo me tomo mi cappuccino matinal, niños de plantaciones etíopes (donde se cultiva uno de los mejores orígenes del mundo ) malviven desnutridos ya que lo que pagan esas grandes multinacionales, no les da para vivir ( ya ni dignamente, te diría).
También me parece mentira que estas grandes corporaciones, intenten maquillar las realidades ( mientras ganan tanta pasta que casi es indecente) y callarnos la boca con cafés «sostenibles» (triples AAA ), programas de ayuda a productores y cifras no reales a fuerza de no ponderar las medias. Esas cosas forman parte de sus programas de Responsabilidad Social Corporativa y es fantástico que lo hagan pero eso no sustituye el pago JUSTO por la materia prima que compran. La justicia, es un derecho para todos los habitantes de este planeta…
El consumidor, debe poder escoger en su compra diaria , los productos de Comercio Justo certificados en los canales de distribución ordinarios ( y no solo via ONG’s y tiendas de CJ especializadas). Tristemente, sólo debríamos tener acceso a productos «justos» pero, ya que existen los «injustos» , me gustaría que tuvieran la misma opción . La misma visibilidad.Además, se debería realizar una labor de promoción e información sobre su calidad ( se asocia a baja calidad cuando hay productos excelentes ). Y el consumidor podría actuar, comprando lo que considere y penalizando a las empresas aprovechadas, si lo considera.
Es penoso este post…
Y más penoso os parecerá después de ver el trailer del documental «Black Gold» ( www.blackgoldmovie.com).
Por desgracia vivimos en un mundo enfermo.
Si no lo estuviera, las transacciones comerciales deberían ser justas, por defecto…
Mejor tomarse el café antes de ver esto. Después, ya no apetece.
NB2 : El Sello Fairtrade garantiza precios mínimos fijados y relaciones comerciales a largo plazo con condiciones justas permanentes a las cooperativas de pequeños productores en los países productores, como por ejemplo México, Perú, Colombia, Bolivia, Guatemala, Tanzania y Etiopía. Además los estándares dan la posibilidad de prefinanciación y garantizan suplementos para el café con certificación orgánica.
Vas a comer a un lugar especial. Te das un homenaje gastronómico, cuidando los vinos, los platos, los postres…
Te sientes satisfecho por la calidad y el disfrute de ese momento de manjares hasta que , llegando al final, te plantan en los morros, un café asqueroso. Y llámame tiquismiquis o refinada, pero si el café es una mierda, a mí me fastidian la experiencia global…
Desgraciadamente, es algo que me pasa tan frecuentemente que lo que me sorprende es ir a un buen restaurante y acabar con un espresso correcto o un delicioso cortadito. Es raro encontrar buen café en la restauración española…
No vamos a entrar en la «forma» de presentación/elaboración del producto: un café solo más largo de lo que es un espresso normal o el cortado en taza ( tamaño balde) con la leche hirviendo en el cutre-vasito de cristal con el que se suele servir este tipo de bebida. Si el café es bueno, estos incovenientes pueden ser salvados con una cierta dignidad.
La calidad de la mezcla , el punto de molido, la performance de la máquina de café, la mano del que lo hace y , atención, el grado de frescura del café, marcan las diferencias entre un taza correcta y una taza repulsiva-revienta-fin-de-fiesta. En el momento que el barista ( o el consumidor, en su hogar) abren un paquete o una lata, el café, en contacto ya con «nuestra atmósfera», empieza a perder cualidades. Si este café ( ya abierto)no está perfectamente conservado, la pérdida de la frescura es imparable. Se oxidan componentes, se secan los aceites naturales… El café se pasa. Los granos que llenan la tolva del molino, deben ser molidos y consumidos rapidamente, para evitar que el resultado final sea esa típica infusión negra, sin crema y con ese sabor a café pasado asqueroso.Ocurre que si no tenemos un consumo potente y el café se queda en la tolva unos días , sin rotar, sin sustituirse por un café fresco , lo que llega a la mesa del comensal es un producto devaluado que, parece menos importante que el besugo salvaje con el que has alucinado pero , por ser uno de los últimos pasos del homenaje gastronómico, tiene su protagonismo en la valoración final .
En España no hay una gran cultura de café. Sí lo bebemos pero no lo conocemos. Y , parece que ni el torrefactor ni el barista, están por la labor de cuidar esta área de la restauración. La marca de café suele ser la responsable del mantenimiento de la máquina, de hacer los tests de funcionamiento y de regular el molido . Acuden cada determinado tiempo a vender café y a chequear equipos y producto. Supongo que cuando ven esos cafés negros, apretados y sin una gota de cremita, no se dan por aludidos y no dedican un espacio de tiempo real a la formación y al asesoramiento del que ofrece el café. Éste, el restaurador, se preocupa muchísimo si el solomillo está duro pero no de sí el café es agua sucia concentrada…. Excepciones , siempre hay y también me he encontrado con restauradores que dan importancia a este tema y cambian de café, de molido y de lo que sea para que el resultado final sea de calidad. Pero son los menos.
Esta semana he tomado café en 5 lugares diferentes. Todos de suspenso.Ayer, dejé intacto el que me sirvieron después de una buena comida. El jefe de sala me preguntó por mi ensalada de frutos secos ( encontré mandarina -que la odio- y dejé unos restos en un aparte), se preocupó por que el vino estaba un poco caliente pero ni se inmuto ante mi vaso de cristal, negro , frío y lleno que relucía en el centro de la mesa.
Al llegar a casa, conecté mi cafetera espresso ( que no es made in China ) y me preparé un café ,buenísimo, napolitano ( que no son las cápsulas Nespresso de posible café) y disfruté de ese final de fiesta, en tiempo diferido pero glorioso… Veo que el que me haya hecho adicta al buen café italiano ( el de verdad) me va a dar problemas de socialización. Al haber acostumbrado mi paladar a un café de máxima calidad , desde muy joven y por herencia familiar, se me hace difícil eso de «vamos a tomar un café» o aquello otro de «la tertulia alrededor de un café» cuando has acabado de comer. Lo pido más por cuestiones de atrezzo que por que vaya a disfrutar con la taza…
Mi problema es evidente : no quiero charla y lo que deseo es irme a casa a tomarme el mío. Mi café … Así que, ultimamente, para que no se me tache de bicho raro, propongo el café-copa en mi casa… Con la cremita, la temperatura adecuada y ese sabor exquisito en el paladar. Así, ya puedo hablar de lo que queráis…
Una pena que en uno de los países de mayor riqueza gastronómica, nos quedemos a la cola en ese detalle del café.
Yo, de momento, estoy empezando a no pedir café en Restaurantes. O es malo o es Nespresso…
Prefiero la abstención (hasta que llego a casa, claro ;-).)
Cuando hablamos de «Comercio Justo» , inevitablemente hacemos una asociación emocional con la caridad, la compasión …. Si alguna vez estamos en disposición de comprar un producto en este canal, pensamos que estamos ayudando a un colectivo concreto ( cosa cierta) pero la realidad es que al realizar esa transacción comercial lo que estamos haciendo no es ser solidarios. No . Lo que hacemos es «ser justos». Parece algo tan sencillo y tan de «norma vital», algo tan lógico ( ser justos en todos los aspectos de la vida, es una de nuestras metas ¿no?) que parece increíble que este comportamiento básico se viole y se incumpla ( siempre por interes económicos) y se cree una situación tan injusta que requiere una profunda reflexión por parte de nosotros, los consumidores finales.
Deberíamos exigir que cualquiera de las cosas que consumimos, que compramos, provengan de un trato JUSTO con todas las partes. No somos ilusos y vivimos en el mundo real y sabemos que las empresas deben ganar dinero. Pero, lo que no podemos aceptar es que el lucro de multinacionales y grandes grupos poderosos sea a costa del hambre y la miseria de los primeros eslabones de la cadena : los productores. Lo que debemos exigir es solo lo justo. ¡Imagínate lo que estoy escribiendo!… Casi me parece mentira que mientras yo me tomo mi cappuccino matinal, niños de plantaciones etíopes (donde se cultiva uno de los mejores orígenes del mundo ) malviven desnutridos ya que lo que pagan esos grandes como Nestlé, Starbucks, etc,etc, no les da para vivir ( ya ni dignamente, te diría).
También me parece mentira que estas grandes corporaciones, intenten maquillar las realidades ( mientras ganan tanta pasta que casi es indecente) y callarnos la boca con cafés «sostenibles» (triples AAA ), programas de ayuda a productores y cifras no reales a fuerza de no ponderar las medias. Esas cosas forman parte de sus programas de Responsabilidad Social Corporativa y es fantástico que lo hagan pero eso no sustituye el pago JUSTO por la materia prima que compran. La justícia, es un derecho para todos los habitantes de este planeta…
Este post viene a mí cuando leo en La Vanguardia del día 29 de mayo que en el Ayuntamiento de Barcelona los ediles disfrutan de cafeteras Nespresso en sus reuniones. Y dices : vale ¿y qué?. Continua la notícia : » la irrupción de estos aparatos de café en capsulas no tendría más relevancia de no ser por qué hace siete años el pleno del Ayuntamiento de la ciudad acordó por unanimidad que, en adelante, se iba a consumir productos, como por ejemplo el café, procedentes de comercio justo, es decir, distribuidos por organizaciones que garantizan que en su producción….(etc)». Bueno, se han pasado el Comercio Justo por el forro y se han hecho de la pandilla de George Clooney… Han dejado las máquinas expendedoras de café de Comercio Justo para uso de los ciudadanos (35 céntimos) para sentirse menos culpables…El título de la notícia lo dice todo : Café aparte en la Casa Gran. Solo hay una palabra : penoso.
Y más penoso os parecerá después de ver el trailer del documental «Black Gold» ( www.blackgoldmovie.com).
El consumidor, debe poder escoger en su compra diaria , los productos de Comercio Justo certificados en los canales de distribución ordinarios ( y no solo via ONG’s y tiendas de CJ especializadas). Además, se debe realizar una labor de promoción e información sobre su calidad ( se asocia a baja calidad cuando hay productos excelentes ). Y el consumidor puede actuar, penalizando a las empresas aprovechadas.
Por desgracia vivimos en un mundo enfermo. Si no lo estuviera, por defecto, las transacciones comerciales deberían ser justas…
Mejor tomarse el café antes de ver esto. Después, ya no apetece.
Cuando ocurre algo como el fenómeno Nespresso en el mercado de consumo, todos los profesionales del marketing del mundo deben levantarse y hacer la ola, ya que la genialidad del concepto deja impactado a cualquiera que lo analice.
En primer lugar, Nestlé provee del café , envasado en un sistema cautivo ( es decir, propio y que solo puede utilizarse en las máquinas Nespresso).
Nestlé, licencia su sistema y selecciona fabricantes de cafeteras . Las cafeteras las produce Krups ( por ejemplo) que , supongo, devengará un sustancioso rappel y otros honorarios en concepto de explotación de licencias a la multinacional Nestlé. Las máquinas de café están fabricadas en China y sus costes son bajos, por lo que pueden ofrecer al consumidor un precio competitivo y aprovechar un buen margen de actuación.
El consumidor recibe de Nespresso una elegante propuesta de pertenencia a un «Club» social selecto, la posibilidad de experimentar «sensaciones» de lujo cuando se compran las cápsulas, en un entorno que se asemeja más a una joyería que a una tienda de café. Los centros de compra están situados en locales preciosos en las mejores calles de todas las ciudades del mundo… Además, el magnífico George Clooney reafirma la marca y la situa en ese entorno chic, sexy y muy atractivo. Es un gustazo, presentar tu cajita de madera a los amigos, para que puedan elegir ( como si de un fino bombón se tratara) si café aromatizado de vainilla, origen Brasil o experiencia intensa.
El que hayan conseguido transmitir todo este universo de sensaciones y que eso sea más importante que cualquier otro aspecto del producto , eleva , a los equipos que hayan diseñado la estrategia de marketing, a un plano superior.
Pero, por otro lado, hay argumentos de peso que sugieren que la brillantez de esa publicidad cegadora, alejan de la realidad del concepto Nespresso:
1) Es un sistema cautivo. El consumidor no puede comprar el café donde quiere y cuando quiere. A pesar de las posiblidades ( Internet, Phone y Tiendas Nespresso) , si nos quedamos sin cápsulas un sábado noche, nos quedamos sin café. En Internet, se pueden encontar múltiples formas de «reutilizar» las cápsulas de consumidores desesperados. Con la Dolce Gusto han intentado cubrir ese hueco. Pero hablamos de Nescafé que es otro tipo de café (liofilizado). ¿ Te imaginas comprar un lavavajillas que solo funcione con una pastilla concreta de detergente?…Lo mismo.
2) Es caro. O es un lujo ( según como se mire). El precio de cada café es de o, 31 € frente a los o,20 de otro tipo de monodosis ( existen más métodos de envasado individual de café) o los 0,05€ de coste del café en grano o molido.
3) No es espresso. Los amantes del café te dirán que el café Nespresso es un buen café. Su calidad es buena pero no se asemeja ( en nada) a la de un café de «miscela» italiana. De entrada, se necesitan siete gramos de café molido para hacer un espresso. Las cápsulas tienen cinco gramos (30% menos)y aún así pueden dar crema de consistencia (lo que hace pensar que esta crema se consiga con algún truco más que la original infusión del café). Por algún motivo, el país con menos introducción de la marca , ha sido Italia. ¡ El producto ( o sea el café) es incomparable!
4) No es «friendly» con el planeta, ya que las capsulas son de aluminio.
5) Las máquinas son estéticamente muy bonitas pero no dejan de ser máquinas de café de plástico hechas en China. ¡Qué si un día decidimos cambiar de café, ya podemos tirar a la basura! ( Perdón, reciclarlas en los contenedores o lugares adecuados para tal fin).
Un análisis objetivo nos dice que : nos metemos en un sistema cautivo ( somos esclavos de las cápsulas y de un «monopolio» en la distribución) y estamos comprando café suizo a un precio más elevado que un excelente café italiano…pero cuando compras una Nespresso, adquieres, unas dosis de ese estatus fantástico que te confiere el ser de la pandilla de George…
Lo dicho, estos de marketing de Nespresso son unos campeones.