Vespa y Seiscientos.

Post para acabar el periplo romano.

Cada día, veíamos a un pintor, concentrado, con todo su material expuesto en una escalera de un portal de camino a la Fontana Di Trevi.  Pintaba lentamente, ajeno a la marabunta humana que pasaba por su lado. Una de las veces, esperé un rato a su lado, mientras hacían cola para comprar un helado. Pude ver cómo iba completando una de las láminas, con trazo seguro y de esos que salen fácil. Dada mi incapacidad para el dibujo y la pintura, envidié sanamente ese don. También que sonreía a cualquiera que le interpelaba o miraba como pintaba… como yo.

Le compré una lámina. El tema de incluir Vespa o Seiscientos, en el paisaje turístico, no es demasiado original, pero yo le puedo dotar de un análisis semiótico artístico-emocional imbatible: la pintura representa el recuerdo del viaje a Roma y la de ese extraordinario y humilde pintor.

La Vespa (una modelo Primavera y otra con faro Mortadelo) me traslada a mi juventud. Esa moto me llevó a muchos sitios a los que volvería.

Y, finalmente, el Seiscientos. Ese coche encantador, que fue el primero que tuvo mi madre. Arranque de palanca y muchos viajes con “parada técnica” porque el coche se recalentaba y salía humo por el radiador. También volvería allí…

NB: No le pregunté al pintor por su nombre. No caí en ese momento así que publico su firma para que quede constancia de la autoría. 

La gaviota.

Esta casa está en el barrio de Prati, en Roma, en la orilla derecha del río Tíber. 

Está decorada con pinturas de pájaros en los frisos. 

Y coronada por golondrinas. 

El amor por las aves se hace tan evidente en su fachada, que he estado varios días, pensando que la gaviota que estaba posada en el techo era una escultura. La veía siempre. Inmóvil. En la misma posición.

Me gusta el edificio y los detalles que lo hacen peculiar, así que decido hacer las fotos.

Y entonces, le hago zoom a la gaviota.

Parece que se mueve. Y lo hace. Y como si supiera que la estoy fotografiando, alza el vuelo.

No era una escultura…

Re Re Restyling

Muchas veces repintado…

Era de tonos dorados y cobrizos metálicos. Tuve una época muy de brillos…Este cuadro lo tenía mi madre en su casa que , igual que ella, se va modernizando a medida que va cumpliendo años. Así que, ahora, en el salón de tonos neutros el brilli brilli del pasado , no pintaba nada.

Restyling al canto.

A ver si le gusta…

Cuadro electoral y caluroso.

¡Qué calor!

El calor extremo es el protagonista de estos días. Me temo, que lo será los próximos veranos de nuestras vidas e incluso, tendremos calor en primavera. La ciencia lleva años y años advirtiendo de los efectos del cambio climático. Un cambio que conlleva una emergencia, una crisis global y planetaria.

¡Qué calor!

Para despistar y esquivar al calor, he estado pintando. Me ha salido un cuadro de tonos anaranjados calurosos, con una ventana redonda verde y azul que podría ser la esperanza y el agua. 

¡Qué calor! 

Entonces me he dado cuenta de que este calor infernal, es “el cambio climático”, en persona, con su propia campaña electoral y haciendo sudar a todos, incluidos aquellos que lo niegan. 

Le cedo mi cuadro para su campaña y , como no hay Planeta B, espero que gane las elecciones.

¡Qué calor!

Me pido un estudio de pintura…

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Estudio de Chris Ofili

Una de las cosas que está en mi “Agenda de Pendientes” (en la sección que no es de viajes) es la de tener un estudio para pintar…alocadamente.

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Estudio de Picasso en París

Si puede ser : grande, en medio de la naturaleza ( con preferencia vista mar), ventanales inmensos y un suelo de cemento rústico que se pueda ensuciar de mil colores de pintura. Esa es la clave: que sea muy ensuciable.

Este es el de Joan Miró.

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Hace unos años, visité la Fundació Miró y me dejó noqueada con el color y la esencia de lo que allí se respiraba. Una experiencia magnífica.

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Uno de los cuadros que más me gustan es este de 1968. Su título aún me gusta más: “El vuelo de la Libélula ante el sol”.

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Con Dalí tengo una relación muy especial. A mi padre le fascinaba el pintor y el personaje.

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Cuando pintaba en su estudio en Portlligat, lo que veía por la ventana era esto…

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Recuerdo un libro que le regalaron con las reproducciones de sus cuadros a todo color y en gran formato. A veces, entraba en su despacho y me dedicaba a pasar las hojas de ese libro, deteniéndome en los cuadros que me llamaban más la atención. Mi preferido, sin ninguna duda, era “‘Dalí niño levantando la piel del mar para ver el perro que duerme bajo el agua”’ (1950) que para mí era “El del perro”.

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Recuerdo como me fascinaba que el perro estuviera durmiendo ahí debajo… Surrealismo de la infancia.

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Viendo el estudio de Munch, puedes llegar a entender lo de su famoso cuadro “El grito”. Nunca me ha gustado esa obra y supongo que es porque transmite una angustia y un mal rollo muy intenso y ese pack de desasosiego, que es lo que no me gusta, justamente es lo que la convierte en una gran obra de arte.También por este motivo no voy a utilizarla en este post. Prefiero “Beso junto a la ventana”, también de Munch.

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Estos cuadros coloristas (y muy especiales) son de Yannima Pikarli Tomy Watson , pintor aborigen australiano.

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Su “estudio” es uno de los que más me gustan…

Yannima Tommy Watson paints in his country near Alice Springs

Aunque en el mío pondría un sofá, como Monet.

monet

La hoja.

Trilogía de un paseo por el bosque. (III) Fin.

Viene de aquí: (I) y (II)

Lo tercero es la hoja. No estaba en el bosque.

Es una hoja que se movía en el aire, por la Tramuntana, en el quicio de mi puerta. Entró en mi casa y ni siquiera el robot aspirador pudo con ella. Se quedó debajo de la alfombra.

Se merecía el tercer bastidor.

Esta es la Trilogía de “Un paseo por el bosque”: una corteza de árbol, una rama y una hoja…

Y los paseos.

El bosque.

Trilogía de un paseo por el bosque. (II)

Viene de aquí.

Lo segundo es el bosque.

El segundo día de paseo, ya iba decidida a recolectar algo. Hacía sol y el camino estaba precioso.

Se filtraba la luz entre los árboles y se podían observar muchas tonalidades de verde, pero yo iba mirando aquí y allá, arriba y abajo y me fijé en esta corteza. 

Planita, liviana, perfecta.

Un paseo.

Trilogía de un paseo por el bosque. (I)

 

Lo primero es el paseo.

Una caminata por el bosque en un día frío y húmedo. Precisamente, lo resbaladizo del terreno me obligaba a mirar, con frecuencia, hacia el suelo. Llevaba una mochila ligera así que cuando vi la rama, me la guardé.

Además de tener posibilidad de pegarla a un bastidor, la disposición de los nudos permitía que fuera un colgador de joyas (anillos, pulseras,). Mi gran idea era encontrar más, para utilizar en el bastidor más grande pero no encontré ninguna parecida, así que es una rama única y le ha tocado bastidor pequeño.

Con la hoja…

Pegando cosas…

Estoy reciclando bastidores antiguos, preparando las bases con acabados de pintura de pizarra y pegando cosas que parece ser la tendencia artística que últimamente, me domina.

En mi caja de “cosas para pegar” en la que acumulo cosas que creo que algún día me servirán para mis cuadros, había unas cuentas de unos collares que se me rompieron. Son círculos de plata y de nácar .

No están puestos ahí aleatoriamente -aunque tapar desperfectos del lienzo me ha obligado a hacer algunos cambios estratégicos respecto a lo que yo tenía en mente- sino que representan a la familia.

Hay quien solo verá unas formas circulares, pegadas con más o menos fortuna, pero yo veo diferentes formas de familiafamilias que tengo. Familias que quiero.

Ánimo y sigue.

Cuando empecé a interesarme por la pintura ya de mayor y más por sus efectos terapéuticos que por mi destreza (que hoy en día sigue siendo nula) , me dio por el realismo . Intenté dibujar unas flores y aún recuerdo las risas de mi padre cuando vio aquella cosa que parecía un ramo de Ágata Ruiz de la Prada, pero dibujado por un niño. Entendí que la única forma de evolucionar ( si esa es la palabra para esto mío con la pintura) era ir a lo abstracto. A los colores y a las texturas.

Sigo con mi padre (al que le fascinaba cualquier manifestación artística si provenía de su hija) : él me animó y me estimuló a escribir, me inscribía a premios, me ayudaba con los relatos. Cuando me dio por comprar el caballete, los lienzos y los acrílicos, tampoco desistió de su actitud motivadora, aun sabiendo que las Bellas Artes no era lo mío. Él, siempre animoso,  me propuso empezar poco a poco, en un lienzo pequeño y aprendiendo a mezclar colores. Me hizo inspirarme en un paisaje familiar y conocido.

Y salió esto.

Ha aparecido en el bloque de lienzos antiguos que hay en el trastero. Es pequeñito y me da mucha paz.

Es mi padre diciéndome : ánimo y sigue.

Y, así, en la vida…