Packaging reflexivo.

He estado preparando unos regalos. 

Foto de Elena Mozhvilo en Unsplash

Me he dedicado a sacar todos los plásticos en los que están envueltos o protegidos: sobres, sobrecitos, bolsas, bolsitas y papel burbuja. La cantidad de plástico sobrante es abrumadora. Y digo “sobrante” porque hay más plástico conformando los propios regalos. Ese no lo puedo evitar. El que he apartado para reciclar, simplemente, sobra.

Foto de Katie Azi en Unsplash

En mi afán de crear un packaging sostenible, he envuelto los regalos con papel tipo kraft y los he cerrado cuando he podido, con cuerda y si no, con un poquito de celo. Tengo el tradicional pero ya hay cintas de celo ecológico… Sólo ha sido un poquito. Los lazos y las bolsas también son de papel. 

Foto de Element5 Digital en Unsplash

El plástico forma parte de nuestras vidas- ahora mismo escribo sobre un teclado de policarbonato que es un tipo de plástico- y en muchas de sus aplicaciones, nos ha hecho la vida más fácil, pero, en esa carrera eufórica y un tanto histérica de consumo, hemos ido avanzando hacia un uso desaforado. Así que, vivimos invadidos de plástico. Del que vemos y del que no vemos al que llaman “micro”. Los microplásticos están en los océanos, en nuestro organismo, en el medio ambiente y no deberían estar ahí. Es perjudicial en todos los ámbitos.

He acabado de engalanar los regalos. Dejo las tijeras con mango de plástico, en la caja de plástico donde guardo las cosas de envolver. 

Foto de Marissa Grootes en Unsplash

NB: Solo el 9 % de los desechos plásticos se recicla. El que se desecha como residuo, se suele incinerar, contribuyendo a la contaminación y al cambio climático. O directamente va a vertederos y de ahí…a vete tú a saber.

Se estima que entre 19 y 23 millones de toneladas de desechos plásticos terminan cada año en lagos, ríos y mares. Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Informe “Ahogarse en plásticos. Basura marina”

Foto de Naja Bertolt Jensen en Unsplash

Esos jerséis que utilizaré tan poco…

Es otoño, pero mis ramos caseros tienen más pinta de verano.

Lavanda, buganvilla y eugenia myrtifolia.

Este arbusto es el único que amarillea y me recuerda que tengo esos jerséis de lana en el armario que no me voy a poner nunca , si no es que busco el frío en otro lugar…

Mal asunto.

Chapuzones, barbacoa, bebidas refrescantes y comida en el porche.

Los mosquitos dando la turra, el cielo azul, el sol resplandeciente.

Un fin de semana fantástico que tiene dos lecturas. La bonita. La del placer de disfrutar de un ambiente veraniego y la vida en el exterior. 

La otra lectura, es la alarmante.  La real. Ya estamos en octubre. 

Hay algún post en este blog que habla de octubre. Del jersey de lana que tejía mi abuela para estrenar el día 12, día de mi santo. Del fresquito. Del cambio de color de las hojas de los árboles. Pasados los años, nos hemos sorprendido con la buganvilla en flor, los plataneros verdes y vigorosos, la manga corta, la temperatura primaveral en otoño.

Ayer, una maravillosa ducha al aire libre que ya no toca.   

Es octubre, cuando lo del jersey de lana de mi infancia…

Mal asunto.

La última patata de la tierra.

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—¡Corre! —Soltó sin preámbulos, casi sin aliento.

No le hice caso. Estaba a punto de comerme la última patata de la tierra…

El 23 de marzo se anunció, oficialmente, el éxito del primer viaje a un exoplaneta muy similar a la tierra, descubierto tres años antes por los miembros del Proyecto Carmenes en Calar Alto. Unos días antes del anuncio, mi amigo Alf, el que se fue a trabajar al Banco Mundial de Semillas de Svalbard en Noruega, me había enviado un paquete por mensajería urgente.

La caja contenía semillas de Patatas de la Vall de Camprodón y una nota manuscrita. El mensaje era muy breve: «Aprovecha para degustar las últimas.»

Alf sabía que me encantaban las patatas mucho antes de la plaga que acabó con la producción mundial de todo tipo de tubérculos. Se había convertido en un manjar extinto… ¿Por qué me enviaba esas semillas tan valiosas? Todos sabíamos que el Banco de Svalbard estaba fuertemente custodiado… ¿Por qué me instaba a plantarlas? ¿No sabía que era delito?

Y… ¿Por qué «las últimas»?

Tres meses después de recibir ese paquete, estoy a punto de comer una de las últimas patatas del planeta .De las originales, de las de verdad, de las de antes de la gran plaga… La planté y la he cosechado yo misma. A escondidas. Infringiendo la ley…Y, sí, tengo las respuestas a todas mis preguntas.

Nadie pensó que todo iría tan rápido. Por lo menos, ninguno de los seres humanos de base. Nadie creyó los informes de aquellos científicos… Décadas, sabiendo que el crecimiento del planeta no era sostenible. Demasiados carburantes, demasiadas emisiones, demasiado consumo, demasiado plástico, demasiadas personas…

Todo se precipitó…Como cuando algo cae al vacío, sin más parada posible que el impacto contra el suelo…Ese era el camino de la humanidad.

El día en el que se reunieron todos los dirigentes del planeta en una cumbre de urgencia, fue cuando fuimos conscientes que ya hacía dos siglos que hablábamos del “Cambio Climático”… Dos siglos sin hacer demasiado o nada para parar la caída…

Y es que “El Cambio” sucedió de forma gradual. Las estaciones frías empezaron a acortarse, el calor fue aumentado al igual que la ausencia de lluvias. Lo vivimos con una cierta desidia: mejor librarse del frio invierno y vivir nuestras eternas primaveras, abarrotando las playas, surcando los mares en cruceros masivos, visitando ríos que se iban secando y valles que se iban marchitando. La introducción de semillas transgénicas, modificadas para las nuevas condiciones climáticas, tampoco supuso ningún problema. Ya lo estábamos haciendo hacía años… Todo era rutinario, conocido, poco alarmante.

Y la tierra se nos reveló. Las temperaturas subieron y subieron y subieron…

Abro la patata cocida con mucha delicadeza. Le pongo una pizca de sal y otra de pimienta negra, recién molida. Aún conservo un frasquito de aceite de oliva no transgénico que he escondido durante un par de años para una ocasión especial. Esta se lo merece. Vierto un fino hilo del oro líquido sobre la patata…

¡Qué bien huele, por Dios!

Antes de dar el primer bocado, mi vista se dirige al horizonte. El cielo está plagado de luces. Hay muchas…Parecen estrellas fugaces pero son de color rosado y serpentean en un cielo anaranjado. Son las naves del Gran Éxodo desapareciendo de la atmósfera terrestre.

Los que nos quedamos aquí, no sobreviviremos. Los que se van hacia esa nueva tierra, no han aprendido nada.

— ¡Corre! —Mi vecino está ya en las escaleras, con una mochila colgada al hombro. -¡Podemos hacerlo! ¡Estamos a media hora de la base de lanzamiento!- Oigo gritos, pasos, carreras…Todos intentan llegar a las últimas naves con plazas disponibles.

Miro la patata humeante y le digo que me quedo…

Lloro.

Lloro de emoción.

La última patata de la tierra está divina…

Extrañamente caluroso…

Estos días, hemos exclamado muchas veces “¡Qué calor!”. Parece lo normal para la época:  agosto y temperaturas elevadas. También sabemos qué cada vez hará más calor. Y lo vamos asumiendo y soportando con nuestro ventilador, aire acondicionado, piscina, mar, ducha, agua fresca, sombra… Pero hay algo diferente y extraño en estas tres “olas de calor” que se ha marcado este verano del 23.

Foto de Vika Wendish en Unsplash

Suelo acudir, a mediados de agosto, a la Fiesta Mayor de un pueblecito en Huesca, muy cerca de Jaca. Durante el día, hace calor (cada año más, es verdad) pero por la noche, el ambiente es fresco. Un regalo maravilloso.  Las primeras veces, acostumbrada a las noches mediterráneas, no llevaba nada de manga larga en la maleta, así que acababa la noche con sudadera prestada.  Ya experimentada, nunca me falta algo que ponerme para estirarme en el monte y ver la lluvia de Perseidas, un poco abrigada. Este año, mientras la orquesta sonaba y la gente bailaba en la plaza, la temperatura era de 37ºC. Perseo me regaló una espléndida visión de puntos brillantes danzando en el cielo, eso sí, sudando la gota gorda y con más mosquitos que nunca. Como os digo, una experiencia extraña…

Foto de sheri silver en Unsplash

Después en el Alt Empordà. Abriendo las ventanas de día, el calor es soportable y por la noche, sin necesidad de abrigo, hay un descenso de temperaturas muy agradable. Y, de vez en cuando, una tramuntana suave y refrescante. Pero, eso, ahora mismo, son recuerdos del pasado.  Hay unos vecinos holandeses que llegan cada año, la tercera semana de agosto. Suelen cenar en la terraza. Me gusta oír el tintineo de los platos y cubiertos y el rumor de sus voces. Junto con los grillos nocturnos, es un símbolo del verano que me da una sensación de paz. De tradición. Este verano, no los oigo en el porche. Si que percibo el zumbido de su aire acondicionado… Hoy he hablado con ellos y están sorprendidos por la temperatura, la desaparición del aire que nos hacía de ventilador natural, de las calles, por la mañana, hechas un horno y las noches bochornosas. Les he dicho que pronto se acaba y que vendrán lluvias y tiempo más “normal”. Hemos mirado el campo seco y todos hemos deseado que ojalá sea verdad. Que llueva. Que refresque. 

Foto de Melissa Walker Horn en Unsplash

Que lo extraño no sea recordar las fiestas del pueblo con una chaqueta o a mis encantadores vecinos, cenando en su terraza…

NB : Fotos refrescantes de Unsplash.

Cuadro electoral y caluroso.

¡Qué calor!

El calor extremo es el protagonista de estos días. Me temo, que lo será los próximos veranos de nuestras vidas e incluso, tendremos calor en primavera. La ciencia lleva años y años advirtiendo de los efectos del cambio climático. Un cambio que conlleva una emergencia, una crisis global y planetaria.

¡Qué calor!

Para despistar y esquivar al calor, he estado pintando. Me ha salido un cuadro de tonos anaranjados calurosos, con una ventana redonda verde y azul que podría ser la esperanza y el agua. 

¡Qué calor! 

Entonces me he dado cuenta de que este calor infernal, es “el cambio climático”, en persona, con su propia campaña electoral y haciendo sudar a todos, incluidos aquellos que lo niegan. 

Le cedo mi cuadro para su campaña y , como no hay Planeta B, espero que gane las elecciones.

¡Qué calor!

Primera vez.

Lluvia.

Siempre me ha gustado la lluvia. A mi padre le encantaba y, de niños, cuando paraba de llover, nos hacía salir al bosque (uno que ya no existe y es un barrio residencial) para que pudiéramos oler el aroma peculiar de la tierra y la hierba mojada, de los pinos frescos… A mi abuelo también le gustaba la lluvia y él, además, salía a coger caracoles, lo que a nosotros nos parecía lo más divertido del mundo.

La casa donde veraneábamos tenía terrazas con barandas de hierro y, cuando llovía, se oía un tintineo que siempre percibíamos como una melodía relajante. 

El sábado llovió en Barcelona. Me alegré, como siempre que llueve, pero, también me sentí aliviada por la lluvia. Deseé que lloviera más y más días porque tiene que llover para que se pueda solucionar el abastecimiento de agua en este período de sequía severa.

Ya hay más cemento que bosque. Caracoles, pocos, pero la lluvia sigue siendo confortable y reparadora. Y, ahora, más necesaria que nunca.

Por primera vez, la lluvia no era una coreografía de sonidos y aromas con los que disfrutar sino un salvavidas que lanzan al mar cuando ya no quedan fuerzas para seguir nadando.

La próxima vez que llueva, ya no será una primera vez de alegría porque los pantanos se vayan llenando y las cabeceras de los ríos tengan un buen caudal. Serán -espero, deseo, ruego- muchas más veces. Segunda, tercera, cuarta y así hasta la octava vez. Según ha dicho el hombre del tiempo, nos hacen falta ocho lluvias…  

Lo triste es que el agua de esta primera vez ha llegado para avisarnos: sequía, cambio climático, exceso de consumo y desidia política en la gestión hídrica. 

Espero que sepamos hacerlo mejor para que la lluvia vuelva a evocar lo de antaño: aromas, melodías y vida.

Tierra y semillas.

Ante la imposibilidad económica de cursar “Licenciatura de la Felicidad”, decidí ser escritor.

Pasaron los años e, inexplicablemente, mi profesión me hizo feliz. Escribir me complacía y me permitía vivir decentemente. Formé una familia y fui feliz hasta que un día, los del Departamento de Intrusismo Profesional llamaron a mi puerta.

Ser feliz, sin la licenciatura correspondiente, se consideraba Intrusismo Profesional. Tuve que pagar una multa y dedicarme a escribir, camuflando lo mejor que podía, mi extraña felicidad intrusa.

Mientras la vida transcurría, la Licenciatura de Felicidad dejó de existir. Ya podía escribir y ser feliz sin esconderme pero el mundo, sin felicidad alguna, no me acompañaba.

Se declararon guerras entre países por acuerdos comerciales; entre civilizaciones, por creencias religiosas. Líderes estrambóticos empezaron a dominar nuestro destino. Lo peor, por eso, fue lo previsible. Lo anunciado pero no atendido.

Cuando yo era niño, se hablaba de la extinción de las abejas. Del incremento de la temperatura en la zona ártica, del descenso de krill en la Antártida , del peligro en el que se encontraban las cadenas tróficas tan bien diseñadas por la naturaleza para que el ecosistema subsistiera. Eran cosas pequeñas, que parecían insignificantes y no iban con nosotros. Pero ocurrió . La naturaleza se rebeló para intentar equilibrarse de nuevo: subió el nivel del mar, hubo terremotos, tsunamis, sequías, inundaciones, huracanes… La felicidad se secó, se ahogó, voló por los aires.

En mi vejez, veo a los jovenes buscando la felicidad. Una extraña felicidad. Su gran sueño es tener un pequeño campo dónde cultivar trigo o guisantes o cualquier planta comestible de las que se salvaron de la catástrofe climática en el planeta. No hay tiempo para leer o escribir. Hay que sobrevivir.

La felicidad , sí, se reduce a tener un trozo pequeño de tierra y unas cuantas semillas.

Y , por primera vez en mi vida, escribir esto no me hace feliz…

Los pingüinos vuelan.

¿Pueden volar los pingüinos?. En principio, tu mente analítica recupera la información que tienes sobre el pingüino y te dices, «nadar, sí . Volar, no«.  Respondes que lo que tienen son aletas y no alas. El pingüino no vuela, por supuesto.

Entonces, te informan que los estragos del cambio climático son tan graves que científicos en una base de la Antártida han grabado unas imágenes en las que se observa que los pingüinos , vuelan. El deshielo del planeta, a una velocidad vertiginosa y no evolutivamente «normal», ha modificado aspectos y conductas de los animales que habitan en la tierra. Para evitar la extinción, el pingüino ha utilizado sus aletas para volar. Sólo ha ocurrido en la especie de pingüinos Pygoscelis adeliae.

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Así que si ves un pingüino volando, no te alarmes. El calentamiento global está empezando a cambiar las cosas , se está convirtiendo en algo tan peligroso que ha conseguido hacer surcar el cielo, a una de las aves vivientes que no vuela por definición ( y por genética).

NB : Por sí alguien se ha quedado con la duda ; – ), los pingüinos voladores fueron una brillante inocentada de la BBC , en el Día de Los Inocentes del 2008. Cada año lo vuelvo a oír. Y dudo ¿Será el mismo fake o, realmente, pasado este tiempo y con lo que le vamos haciendo al planeta… hay pingüinos que vuelan? Ahí lo dejo…

 

Exluna de escarcha.

Me avisan que hay luna llena. Hay nubes pero el espectáculo es precioso. Aunque estemos en el mes de noviembre, hago las fotos con una sudadera de algodón. La temperatura ambiental me permite observarla tranquilamente. Sin tiritar ni tener que moverme para entrar en calor.

Esta vez, se llama la Luna del Castor o la Luna de Escarcha. Todo es por el frío .

Los cazadores sabían que esa era la última luna antes de que se congelaran los lagos para poder ir a capturar castores . Anunciaba, también, las noches de escarcha.

A nuestros antepasados les daba una información bastante aproximada pero, las cosas han cambiado y también van a tener que cambiar los nombres lunares. Ya no sirven. No se congelarán los lagos y no sé que será de los castores. Pronto, la sensación de frío nos asombrará…

Cualquier día, un astronauta activista se pega con pegamento de contacto a la superficie lunar , mientras lanza el contenido de una lata de sopa de tomate ( por el contraste del color rojo con el gris), que claro, flotará en la atmósfera lunar. En vez de la bandera del país de turno, lo que pondrá es una pancarta con el 1’5 ºC.

Será muy espectacular y hablaremos de ello un ratito. Después, seguiremos con nuestras rutinas y el año que viene, si no hay un pirado que ha pulsado uno de esos botones rojos tan peligrosos, las fotos las haré en manga corta, en el mes de noviembre.