He tenido la suerte de tener en mi vida, a un hacedor de cucharas de madera de boj. Ahora, que ya no está con nosotros, cada pieza que tengo, cada una de esas cucharas y espátulas , torcidas y hechas con la débil agilidad de unas manos ya muy viajadas, se convierte en un tesoro único. Una pieza exclusiva de una serie de Edición Limitada.
Algunas las convertí en cuadros, para que estuvieran en mis paredes, recordándome la grandeza de la máxima sencillez, pero, el resto, son piezas funcionales en mi cocina. Utilizo mis utensilios artesanos de boj, cada día…
Una de las espátulas, se me ha roto. Justamente, es la que se concibió para remover las migas pero que yo he utilizado para muchas cosas (incluso de alcanza-cosas de los estantes más altos).
Me la miraba, allí tendida, con una muesca que la hace inviable para cocinar y me ha parecido preciosa. Esa mella, es parte de una historia. De una vida. Es un objeto que tiene muchísimas cosas que contar: desde el inicio, cuando era una rama de boj en el Pirineo Aragonés hasta el momento que se empieza a dar forma, se convierte en cuchara y llega a mis manos, viviendo en mi cocina durante muchos años.
Así que seguirá entre mis utensilios, de manera testimonial, para que no se me olvide que el tiempo pasa, que hace mella, que ya tengo mi lista de los que no están, pero, también, que tengo la suerte de almacenar todas esas vivencias en una despensa emocional para cuando necesito alimentar el alma.
Sí, dejo la espátula en el bote, for ever.
Mella
Rotura o hendidura en el filo de un arma o herramienta, o en el borde o en cualquier ángulo saliente de otro objeto, por un golpe o por otra causa.
f. Vacío o hueco que queda en una cosa por faltar lo que lo ocupaba o henchía, como en la encía cuando falta un diente.
Pobre ladrillo. Lo odié durante las reformas: ladrillos, ruido, polvo.
Pero, al final, empecé a mirarlo de otro modo. Esos agujeros ordenados son muy estéticos, aunque sea un ladrillo… Busqué por qué están ahí: aligeran y ahorran material, permiten una cocción más uniforme, crean cámaras de aire que aíslan y, además, dan agarre y resistencia.
Cuando por fin terminó la obra, me enseñaron los que habían sobrado. Al verlos, amontonados y olvidados, decidí llevarme uno como recuerdo, como celebración de que ya se había acabado el ruido y el polvo.
Lo pinté, le pegué una pieza circular y coloqué ramas de plantas aromáticas en sus huecos. Ahora es un secadero natural de romero, tomillo, lavanda y menta.
Un homenaje al ladrillo: empezamos mal, hemos acabado bien…
Lo que más me costó fue parar. Quería transmitir calma y, al mismo tiempo, tenía un propósito decorativo claro. Mi idea era dejar el bastidor casi vacío, porque sabía que iba a convivir con un pequeño taburete de mimbre y un jarrón. No hacía falta que compitiera con ellos: todos los elementos debían tener su propio espacio para respirar.
Fui disciplinada: pinté la base, pegué las estrellas que había ido encontrando en estos últimos tiempos y las situé en la parte superior, para que quedaran visibles. Después, dejé que la gran superficie en blanco hablara por sí misma, sostenida solo por la textura del fondo.
Pero no fue fácil. Con los cascos puestos, pintando al aire libre, las manos pedían seguir. El impulso era llenar, añadir, completar. Me costó detenerme.
Al final lo logré. Aunque confieso que estuve a dos canciones de rendirme.
Cuando una puerta se cierra, otra se abre; pero a menudo miramos tanto tiempo la puerta cerrada que no vemos la que se ha abierto para nosotros.» Alexander Graham Bell
Pero hay una, solo una, que se abre sin ruido, sin permiso, sin miedo. No es más alta ni más brillante, pero cuando la cruzas, sabes que algo nuevo empieza.
Artísticamente, esta “obra” no vale nada. Una madera vieja, unas letras de cartón y una estrella metálica. Es verdad que, antes, se ha tenido que limpiar la madera y darle un barniz incoloro que aún perdura en el ambiente, pero… no mucho más.
Afectivamente, esta “obra” vale mucho. El trozo de madera es de un pueblo del Pirineo. De una casa en ruinas… El que me la hizo ver y recoger (yo buscaba algo plano para pegar las piedras que había recogido) ya no está entre nosotros. Así que la madera es, ahora, un objeto único, porque lleva impregnado ese recuerdo.
La estrella me la encontré en Formentera. A alguien se le cayó de un collar, un pareo o un capazo con abalorios. La tenía en la caja de “Cosas para pegar”, junto a las letras de cartón.
El proceso de creación me ha producido unestado de experiencia óptima, una de esas microfelicidades que describe Mihaly Csikszentmihalyi en su libroFlow.
Compré una botella (o garrafa) de aceite de oliva virgen extra. Cuando se acabó el aceite, quise aprovechar el envase de vidrio con el detalle de mimbre en la base.
Nada complicado: spray de pintura de pizarra y un rotulador negro. Una vez conseguí un color crema uniforme, empecé con los puntos que, por cierto, siempre me salen mal alineados, pero me relajan.
Anverso: parte principal de una cosa, material o inmaterial.
En este caso, el anverso es la parte de mi botella de aceite que considero “principal”. No hay duda: la de los puntos, la que tiene muchos.
Reverso: parte opuesta al frente de una cosa.
La cosa es, pues, la botella decorada con muchos puntos; y la parte opuesta, su versión minimalista, con pocos.
Podría deciros que, en plena elaboración artística, se me ocurrió que podía tener un objeto con dos decoraciones. Según el día y el ánimo, puedo mostrar una cara u otra. Pero la realidad es que, en plena faena, se me acabó la tinta del rotulador…
Estoy preparando una mudanza y me he dedicado a clasificar los libros y ponerlos en cajas. Hay algunos que son muy especiales para mí y, dos de ellos, me han hecho evocar una experiencia única.
La noche que conocí a un Premio Nobel de Literatura…
Camilo José Cela (1916-2002) Nobel de Literatura, Marqués de Iria Flavia, Senador, Miembro de la Real Academia de la Lengua Española y Gran Provocador.
Sus novelas son joyas literarias en las que Cela, pule y cuida nuestro idioma y lo hace con virtuosismo, ajustándolo con precisión y sencillez :
“Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y, sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y destinarnos por sendas diferentes al mismo fin : la muerte”.
Esta es una exquisita micro porción de La familia de Pascual Duarte, su primera novela de éxito. Después vendrían otras novelas La Colmena, La Catira ,Madera de boj, etc. ; libros de viajes como El Viaje a la Alcarria, Del Miño al Bidasoa, Judíos, moros y cristianos ; narraciones breves recogidas en Apuntes Carpetovetónicos , obras de teatro, cientos de artículos periodísticos…
Una personalidad destacada en la prosa española y reconocida a nivel internacional, con la concesión del Premio Nobel de Literatura (1989).
Mi primer contacto con este escritor es extraño. Mi padre, tenía un libro en su biblioteca que no nos permitía leer. O sea: estaba prohibido. En aquella época se me antojaba un libro muy atrayente. ¿Ya os he dicho que estaba prohibido? Cuando mis padres se iban y nos dejaban solos, nos las apañábamos para localizar y llegar a ese libro: el de las fotos. Y con esos textos oscuros…El título: “Izas, Rabizas y Colipoterras “. Fotografías del Barrio Chino de Barcelona y las prostitutas, clientela y entorno en los años 60. Pequeños relatos de Camilo José Cela, acompañando las fotos de Juan Colom. Aún hoy, me produce una cierta sensación de que estoy leyendo algo prohibido.
Más tarde, tuvimos que leer a Cela en el colegio. Siempre me gustó La Familia de Pascual Duarte, así que no fue mucho problema.
En los 90, tuve el inmenso placer de conocer personalmente al flamante Premio Nobel de Literatura (aunque para mí siempre sería el “señor que había escrito el libro prohibido”).Me gustaría explicarlo con humildad y con la emoción que me produce, ahora, rememorarlo. Hace muchísimo tiempo que no recordaba esa noche especial. Y es que me sorprende pensar que viví esa experiencia de una manera más o menos normal y, ahora, muchos años después, me parece una pasada. El tiempo da un baño de brillo especial a según qué recuerdos, supongo.
En esa época, para mí en la Universidad, me atreví a enviar un relato a un Concurso en Valencia y gané. Para ser más exactos, compartí el primer premio con un afable escritor, ya mayor y retirado en Castellón , después de muchos años de trabajo en Ginebra, en El Club del Libro Español de la ONU . Ese hombre fue mi mentor y maestro en mis primeros pasos en esto de escribir. Eran tiempos de correo manuscrito, de envíos de mis cuentos, escritos a máquina, que él me devolvía corregidos y con asesoramiento.Un día, me llamó por teléfono para invitarme a una “cena de gala” en su casa, para homenajear a su gran amigo Camilo José Cela. ¿? Aquello me sonó galáctico.
Recuerdo a mi pareja, alquilando un esmoquin. Mi padre, más emocionado que yo, también con el suyo.Yo misma, con un chal de seda (de los que sólo te ponías si ibas de boda y siempre te lo dejaba alguien que tenía uno bueno). Aquella casa, imponente. El jardín iluminado y Camilo Jose Cela sentado en un butacón de mimbre, saludando a los invitados. Después, mi amigo me lo presentó y le habló de ese premio compartido. De ese momento recuerdo instantes de la charla agradable , los consejos y que el chal me resbalaba continuamente por los hombros… Fue muy amable y prometió enviarme un libro dedicado.
Al cabo de un tiempo, recibí un paquete. Dentro, había un libro , con una nota “De parte del maestro” y una dedicatoria.
Ni que decir tiene que fueron tiempos de leer mucho a Cela y que tengo una especial debilidad por él. Será por esos dos libros únicos y llenos de recuerdos : el libro prohibido y “mi” libro dedicado.