Las horas contadas.

7:00 a. m.

Camino hacia la panadería que hay a cinco manzanas de mi casa. El pan es artesano, hecho en horno de leña… Parece pan de verdad, de esos que no adquieren la consistencia de goma a las tres horas de haberlo comprado…

El paseo es relajante. Lo necesito. No hay forma de que se calle.

Últimamente no duermo bien. Doy tantas vueltas, surcando todos los rincones de la cama, que acabo levantándome… Veo la tele, escribo, leo, me preparo una infusión relajante… Transito en la noche…

Por lo menos, lo que me cuenta en el paseo es agradable y me hace olvidar que me estoy volviendo loco…

La calle, tan bella, engalanada con farolillos y árboles frondosos. Los bancos de madera, envejecidos por el uso… Las hojas, desmayadas en el suelo. A veces, danzando con el viento, arremolinándose… Al caminar, un delicioso crujido anuncia que el otoño ya está aquí y, a lo lejos, casi intuyéndose, ese bendito olor a pan calentito, recién hecho…

7:30 a. m.

La puerta de la panadería se abre al compás de un tintineo delicioso. Hay unas campanitas colgadas en la parte superior que avisan de la entrada de la clientela. Tras el suave repiqueo, llega el aroma. No sólo hay pan. Se abre una puerta y, por el aire, se esparce el azúcar. Huele a dorado, a mantequilla y a nata…

El pan está ordenado por tipos, en unas preciosas cestas de mimbre. Hay pan con nueces y pipas, rústico, integral… Y ciabatta: suave, ligera, con mucho poro y corteza crujiente.

La chica que atiende en la panadería es muy agradable, aunque no para de hablar. Desde que han sonado las campanitas hasta este mismo momento, no he podido decir más que “Buenos días”. Mientras pone mi ciabatta en una bolsa de papel kraft, me explica que un vecino, conocido común, está muy enfermo. Y entonces me dice: “Tiene las horas contadas”.

Y yo pienso —que no digo porque no puedo—: “Yo también tengo las horas contadas”.

Camino ya de vuelta. Escojo otra ruta. Por lo menos, lo que me cuente será diferente. Variado.

Tomo el camino más largo, el que atraviesa la pequeña plaza donde montan el mercado semanal.

8:00 a. m.

Hoy es día de mercado.

Los tenderetes están perfectamente situados en cinco líneas rectas y paralelas. Cada uno tiene una forma diferente. Los colores de las verduras, las frutas y las hortalizas dibujan un estampado espectacular. Perfectas pirámides de tomates y manzanas. Apilamiento simétrico de lechugas y espinacas. Ristras de naranjas y limones. Cestas llenas de setas. Precioso.

Pronto serán las ocho. Ya se acaba esta hora y… vendrá otra. Y otra, y otra. Y todas, cada una de ellas, me serán contadas por esa voz que oigo en mi cabeza, volviéndome más loco.

He intentado lo de las horas muertas, a ver si así se calla, pero… me cuenta esa hora muerta de no hacer nada con todo tipo de detalles: “Estirado en el sofá, mientras el aire se desliza por la ventana entreabierta. Se oyen las risas de los niños que juegan. Más allá, una alarma insistente. Una mosca vuela bajo, buscando alimento para su prole. Se detiene en un vaso con restos de Coca-Cola… bla, bla, bla…”

No hay forma de acallar a ese narrador que sólo oigo yo. Siempre. Hasta los sueños me cuenta…

Será por horas… Horas bajas…

Y cuando oigo eso de “tenerlas contadas”, pienso que sí, que las tengo contadas. Todas. Minuto a minuto. Y que quizá, gracias a eso, veo cosas que los demás no ven.

Porque, mientras me las cuenta, no sólo camino: siento el aire frío en la cara, el peso tibio de la bolsa de pan en la mano, el crujido de las hojas que se rompen bajo la suela. Huelo la mantequilla antes de probarla. Distingo el brillo distinto entre un tomate muy maduro y uno que aún está duro. Escucho cómo suenan las campanitas de la panadería…

Si se callara del todo, quizá también se apagarían esas cosas pequeñas. No sé.

Tal vez no deje nunca de hablarme. Tal vez me siga narrando cada hora como si fuera la última. Pero, mientras lo hace, me regala detalles que, de otra forma, pasarían de largo.

Y eso, hoy, me basta. Me lo repito constantemente, para no volverme loco…

Camino con mi pan caliente y pienso: vale. Que me cuente esta hora.

A ver si mañana, deja de contármelas…

Las Bolas .

Este es un post vintage. Alguien, que también es vintage , me preguntaba el otro día por ellas.

Por Bo y por Las. Las dos , siempre juntas, son «Las Bolas».

Aparecieron en mi mente en el 2009. Como no se dibujar y quería hacer algo de humor gráfico ( que me disculpen los que de verdad lo hacen), se me ocurrió jugar con dos círculos, uno azul y otro lila. Un concepto, vamos a llamarlo, minimalista… ; – )

A partir de ahí, cualquier cosa les puede pasar a un par de bolas.

 

Conocimos a otras bolas amigas suyas.

Hasta fueron al gimnasio…

Y se hicieron tatuajes.

En fin, un par de bolas… ; – )

 

 Las he sacado del cajón del olvido para este viernes…

Las Bolas os desean Feliz Fin de Semana!

Los Objetos Imposibles

 

sofaEs la casa. Creo.
¿Será la casa la que convierte los objetos?…
¿Qué les pasa a estos muebles?
El sofá se me sube por las paredes.
Una silla se me pone en plan obsceno… ¿O me hace una peineta? No sé.

sillapata

La blanca, de lamas,  me intenta agredir cada vez que me acerco.

silla hieero

Y la silla de la cocina, esa silla…Se desploma cada vez que voy a sentarme.

silladesplomada

Los cubiertos han mutado…

cuchara-tenedor-cuchillo

Durante semanas he estado buscando información en la Biblioteca Municipal. He investigado todo: fecha de construcción, reformas, censo de propietarios e inquilinos, estado del terreno antes de edificar…
A mí me marcó Poltergeist y, cuando empezaron estos episodios, pensé: “Ya está, cementerio, tierra sagrada”. Reconforta tener una explicación, aunque no encaje. Pero no: ni tierra sagrada ni rinconcito místico—eran campos de patatas.

La casa —un bajo esquinero adosado— se levantó en 2003, en una urbanización de alto standing con piscina comunitaria. Hablé con los antiguos dueños: nada raro.
Aquí, además, nunca pasa nada… “Es todo muy tranquilo” —dicen los vecinos—.
Salvo una novedad: han inaugurado, a pocos kilómetros, un gran outlet de mobiliario.

Desde entonces, mis muebles y el menaje, están a la defensiva. Se mueven, gruñen, posan. No es poltergeist: es una revolución.
Han oído lo de “renovar por menos” y no quieren acabar sustituidos por madera hueca y barniz de oferta.
Algunos, incluso, han empezado a imitar a los objetos imposibles de Jacques Carelman, como si la rareza les garantizara el puesto.

 

Les he propuesto un trato: se quedan si firman la paz. Nada de trepar paredes ni peinetas. A cambio, prometo no meter nada del outlet. Creo que están dispuestos a negociar.

 

Buscador de setas.

Todo empezó un fin de semana del mes de noviembre. Hace un año, ya…

Recuerdo que las lluvias habían propiciado la aparición de hongos por doquier y yo, buscador de setas profesional, no podía dejar pasar la oportunidad.

Los micólogos habían predicho que se iban a reproducir en los bosques multitud de especies distintas. Las condiciones climatológicas de los últimos quince días del mes de octubre habían sido perfectas. Con mi equipo habitual —que, principalmente, se componía de un cestillo de mimbre y un útil que había heredado de mi abuelo, con forma de pequeña hoz del tamaño de un cuchillo— me adentré en el bosque mediterráneo que había seleccionado para mi salida.

A las pocas horas, mi cesto estaba repleto de suculentas variedades comestibles, de aspecto lozano y con un fresco olor a bosque. Ya me disponía a clausurar la jornada y estaba descendiendo por una pequeña ladera cuando noté un leve cambio a mi alrededor… Una niebla densa, pero con un dulce olor a violeta, se extendió en torno a mí. El cielo, apenas visible entre las ramas de los pinos, se tornó de color rojizo. Bajo mis pies, la hierba se hizo densa y mullida, y adquirió un suave tono dorado. A lo lejos, vi que había algo que brillaba con intensidad. Su resplandor casi me cegaba…

Por si tiene alguna duda —y como sé que me lo preguntará cuando acabe mi relato— le diré que no había ingerido ninguna sustancia estupefaciente, que no había probado ninguna seta (lo digo por descartar el tema de las setas alucinógenas) y que no sé si aquella niebla podría contener algún tipo de psicotrópico. En ningún momento sentí una alteración de mi conciencia.

Dejé el cestillo en el suelo y avancé con mi cuchillo-hoz en la mano hasta encontrar la fuente de tan inusual destello: una seta de un precioso color plateado.

Mi instinto de buscador de setas profesional se impuso y corté el tallo de la seta prodigiosa. En ese instante, el mundo volvió a disponer de sus colores y texturas habituales, pero yo, con la seta plateada en la mano, oí una voz susurrante que dijo:

Con ella, la certeza tendrás.

Busqué con la mirada a quien había pronunciado aquellas palabras, pero allí no había nadie más que yo…

En mi cesto, repleto de setas, la que más llamaba la atención era aquella hermosura de color plateado. Emanaba un suave aroma que te hacía pensar en un bocado sabroso, pero no tenía ninguna evidencia de que aquel magnífico ejemplar fuera comestible. Es más, podía ser potencialmente letal.

No encontré ninguna información sobre aquella variedad, y los días iban pasando… La seta iba perdiendo frescura. Tenía que tomar una decisión: comérmela o tirarla. Supongo que ya estaba programado genéticamente para sucumbir al deseo, pero, de verdad, créame: su perfume era delicioso. Me hechizó. Cometí uno de los errores más graves que puede cometer un buscador de setas.

No pude evitarlo. La salteé en la plancha y la salpimenté levemente. Apenas unas gotitas de aceite de oliva y… me comí la seta.

No sé si ese instante de puro placer compensa el infierno que ahora estoy viviendo, pero confirmo que la seta era un manjar.
¿Venenosa? No.
¿Tóxica? Sí.
Soy la prueba viviente.

Hubiese sido una experiencia gastronómica gratificante si no hubiese tenido efectos secundarios. Eso la ha convertido en una verdadera pesadilla.

Pasaron varios días hasta que me di cuenta de que era poseedor de la verdad absoluta. Como lo oye: la verdad absoluta.

Sí, ahora viene cuando abre los ojos como platos durante un segundo. Lo está haciendo ahora mismo. Cree que mi afirmación confirma su teoría de que sufro un trastorno mental y que por eso estoy aquí.

Desde que me comí la dichosa seta, soy poseedor de certeza. Ya me lo advirtió aquella voz en el bosque: «La certeza tendrás». Y le puedo asegurar que la tengo.

Ante cualquier pregunta que se me haga, me llega la respuesta con la verdad absoluta, al instante. No tengo ninguna incertidumbre en mi vida. Ni hay incertidumbre de otros que para mí lo sea. Ya sé que es difícil de creer, pero usted misma, doctora, puede hacer una prueba. De esas empíricas que le gustan tanto.

Seguro que hay alguna incertidumbre en su vida. Algo que le genera dudas. Si me plantea la cuestión, yo le responderé con una certeza absoluta que el tiempo demostrará. No provoco acontecimientos, solo transmito información. ¿Quiere probarlo? Pregúnteme lo que quiera, que yo resolveré sus dudas.

Sí, ya sé que da un poco de miedo. Supongo que habrá hablado con sus colegas. Ya les advertí que debían ser preguntas cómodas, pero algunos no me hicieron caso. Recuerdo a aquel joven psiquiatra de pelo engominado. Me han dicho que se ha divorciado. Pero claro, de no tener la certeza de que tu pareja te está siendo infiel a tenerla… marca la diferencia. Ya le digo yo que se piense bien la pregunta.

Supongo que querrá reflexionar sobre mi caso, revisar las pruebas toxicológicas, buscar información de la seta, hablar con los otros terapeutas que me han atendido… pero dese prisa, doctora.

Me gustaría que se publicaran mis ilustraciones y la descripción de la Seta de la Certeza. He pensado que su nombre científico podría ser Boletus certitudo y que se debería incluir en las guías de variedades peligrosas. Es lo único que puedo hacer para evitar que más personas se infecten del virus de la certeza total. No se puede vivir así.

Lo malo de esto mío, de no tener incertidumbre, es que me hice la pregunta trascendental de cuándo iba a morir… y ya tengo la fecha.

Con certeza absoluta.

Le recomiendo que no tarde más de quince días en volver a visitarme. Es necesario que publique mi trabajo. Hay que alertar a los que buscan setas. Es importante. Sé que usted me ayudará.


Paró el visionado de la grabación de la última sesión de terapia. Ya no habría más.

Miró el calendario: habían pasado dieciséis días desde la fecha de la sesión. El paciente, por una de esas siniestras casualidades de la vida, había muerto de un paro cardíaco hacía veinticuatro horas.

Cerró la carpeta del caso del buscador de setas y archivó el expediente en la sección de Defunciones. Nadie notaría que faltaban las ilustraciones y los textos descriptivos de la extraña seta. No tenía la certeza de que aquello no fuera nada más que la fábula de un paciente, pero tenía un amigo en el Instituto Nacional de Micología.

No perdía nada por probar…

Cosas Horrorosas, de vuelta.

Volvemos con otro capítulo de Cosas Horrorosas. Lo sé: suena duro, pero es la etiqueta que mejor encaja con estas piezas desafortunadas que encuentro por ahí.

Este retrovisor que sostiene la mano de un esqueleto. Igual se le ocurrió para Halloween.

Unos zapatos barefoot, literales y holgados.

No hablo solo de fealdad; hablo de objetos que, por diseño, materiales o intención, producen un pequeño escalofrío estético. Por lo menos desde mi mirada subjetiva.

El cojín de ganchillo da para un a película de terror.

Aun así, entiendo que habrá quien disfrute de su rareza o su humor involuntario. Me ha pasado un poco con esta lámpara gallina. El concepto es feo pero me ha hecho sonreír…

Me olvidaba de este gato de la suerte, que por el tamaño de su pata-brazo, se ha utilizado sin descanso.

Piedras que vuelan.

Esta no es una idea original. Una amiga me envío un vídeo con unos cuadros muy bonitos y muy bien ejecutados con piedras de playa.

Ella sabe que me gusta pegar cosas en los bastidores. También que vivo cerca de la playa y acumulo piedras y cristales pulidos en botes de vidrio.

Me quedé prendada de la idea pero, por cosas de mudanza, no encontraba la caja con mis piedras.

Hasta el otro día.

Y no me pude resistir…

Arte abstracto, dirían los pájaros…

Fotos sin IA

Gente que aún hace fotos…

El globo loco.

Foto de Matt Busse en Unsplash

Le gusta el pastel.

Foto de Henley Design Studio en Unsplash

La patata feliz.

Foto de Łukasz Rawa en Unsplash

Superman, el majo vestido.

Foto de King Lip en Unsplash

El grillo.

Todas las noches de esta semana me acompaña un grillo. Es un sonido que no invade, que deja espacio , que reconforta aunque sea un chirrido.

En verano era otra historia. Entonces eran las cigarras, con ese zumbido implacable que lo que llenaba todo. No había silencio, ni respiro. Como si quisieran recordar que el calor no perdona. Aquello no era compañía o evocación veraniega, era estruendo.

Quizá por eso ahora agradezco tanto al grillo. Porque su voz no me molesta. Porque no me recuerda al calor que aplasta, sino a la calma que queda cuando por fin refresca.

Me gusta este inicio de este otoño…

La mella.

He tenido la suerte de tener en mi vida, a un hacedor de cucharas de madera de boj. Ahora, que ya no está con nosotros, cada pieza que tengo, cada una de esas cucharas y espátulas , torcidas y hechas con la débil agilidad de unas manos ya muy viajadas, se convierte en un tesoro único. Una pieza exclusiva de una serie de Edición Limitada.

Algunas las convertí en cuadros, para que estuvieran en mis paredes, recordándome la grandeza de la máxima sencillez, pero, el resto, son piezas funcionales en mi cocina. Utilizo mis utensilios artesanos de boj, cada día…

Una de las espátulas, se me ha roto. Justamente, es la que se concibió para remover las migas pero que yo he utilizado para muchas cosas (incluso de alcanza-cosas de los estantes más altos).

Me la miraba, allí tendida, con una muesca que la hace inviable para cocinar y me ha parecido preciosa. Esa mella, es parte de una historia. De una vida. Es un objeto que tiene muchísimas cosas que contar: desde el inicio, cuando era una rama de boj en el Pirineo Aragonés hasta el momento que se empieza a dar forma, se convierte en cuchara y llega a mis manos, viviendo en mi cocina durante muchos años.

Así que seguirá entre mis utensilios, de manera testimonial, para que no se me olvide que el tiempo pasa, que hace mella, que ya tengo mi lista de los que no están, pero, también, que tengo la suerte de almacenar todas esas vivencias en una despensa emocional para cuando necesito alimentar el alma.

Sí, dejo la espátula en el bote, for ever.

Mella

  1. Rotura o hendidura en el filo de un arma o herramienta, o en el borde o en cualquier ángulo saliente de otro objeto, por un golpe o por otra causa.
  2. f. Vacío o hueco que queda en una cosa por faltar lo que lo ocupaba o henchía, como en la encía cuando falta un diente.
  3. f. Menoscabo, merma, aun en algo no material.