Sócrates introdujo la mayéutica: cuestionar y escuchar para llegar a verdades compartidas. Fue el primer gran ejemplo de diálogo público con fines ético-políticos.
Nos situamos en la época clásica de la antigua Grecia (500–322 a. C.), cuando conversar era un arte.
Si apareciera hoy, más de dos milenios después, se encontraría con un escenario que, al principio, podría parecerle prometedor: millones de interlocutores dispuestos a opinar en las redes, diversidad de voces, temas infinitos sobre los que debatir.

Pero pronto lo veríamos mosqueado.
Descubriría que la mayoría no dialoga, sino que repite. Que lo que triunfa no es la reflexión. Y que la “verdad” no se busca, se escoge según el grupo al que perteneces. Como en una nueva versión de su caverna, la gente se rodea de ideas que confirman lo que ya piensa y reacciona con hostilidad ante cualquier disidencia.
Sócrates luchaba contra el dogmatismo haciendo preguntas incómodas. Hoy, sus preguntas serían invisibilizadas por algoritmos o directamente denunciadas. Su perfil sería cancelado o sepultado bajo una avalancha de haters sin argumentos (aunque entre ellos se contradijeran).
Pediría volver a su época lo más rápido posible, harto de un mundo donde su célebre frase “Solo sé que no sé nada”está más viva que nunca, pero con otro sentido: no sabemos nada pero creemos que lo sabemos todo…
























