La noche en que conocí a un Premio Nobel de Literatura…

Estoy preparando una mudanza y me he dedicado a clasificar los libros y ponerlos en cajas. Hay algunos que son muy especiales para mí y, dos de ellos, me han hecho evocar una experiencia única.

La noche que conocí a un Premio Nobel de Literatura…

Camilo José Cela (1916-2002) Nobel de Literatura, Marqués de Iria Flavia, Senador, Miembro de la Real Academia de la Lengua Española y Gran Provocador.

Sus novelas son joyas literarias en las que Cela, pule y cuida nuestro idioma y lo hace con virtuosismo, ajustándolo con precisión y sencillez :

“Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y, sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y destinarnos por sendas diferentes al mismo fin : la muerte”.

Esta es una exquisita micro porción de La familia de Pascual Duarte, su primera novela de éxito. Después vendrían otras novelas La Colmena, La Catira ,Madera de boj, etc. ; libros de viajes como El Viaje a la Alcarria, Del Miño al Bidasoa, Judíos, moros y cristianos ; narraciones breves recogidas en Apuntes Carpetovetónicos  , obras de teatro, cientos de artículos periodísticos…

Una personalidad destacada en la prosa española y reconocida a nivel internacional, con la concesión del Premio Nobel de Literatura (1989). 

Mi primer contacto con este escritor es extraño. Mi padre, tenía un libro en su biblioteca que no nos permitía leer. O sea: estaba prohibido. En aquella época se me antojaba un libro muy atrayente. ¿Ya os he dicho que estaba prohibido? Cuando mis padres se iban y nos dejaban solos, nos las apañábamos para localizar y llegar a ese libro: el de las fotos. Y con esos textos oscuros…El título: “Izas, Rabizas y Colipoterras “. Fotografías del Barrio Chino de Barcelona y las prostitutas, clientela y entorno en los años 60. Pequeños relatos de Camilo José Cela, acompañando las fotos de Juan Colom. Aún hoy, me produce una cierta sensación de que estoy leyendo algo prohibido.

Más tarde, tuvimos que leer a Cela en el colegio.  Siempre me gustó La Familia de Pascual Duarte, así que no fue mucho problema. 

En los 90, tuve el inmenso placer de conocer personalmente al flamante Premio Nobel de Literatura (aunque para mí siempre sería el “señor que había escrito el libro prohibido”).Me gustaría explicarlo con humildad y con la emoción que me produce, ahora, rememorarlo. Hace muchísimo tiempo que no recordaba esa noche especial. Y es que me sorprende pensar que viví esa experiencia de una manera más o menos normal y, ahora, muchos años después, me parece una pasada. El tiempo da un baño de brillo especial a según qué recuerdos, supongo.

En esa época, para mí en la Universidad, me atreví a enviar un relato a un Concurso en Valencia y gané. Para ser más exactos, compartí el primer premio con un afable escritor, ya mayor y retirado en Castellón , después de muchos años de trabajo en Ginebra, en El Club del Libro Español de la ONU . Ese hombre fue mi mentor y maestro en mis primeros pasos en esto de escribir. Eran tiempos de correo manuscrito, de envíos de mis cuentos, escritos a máquina, que él me devolvía corregidos y con asesoramiento.Un día, me llamó por teléfono para invitarme a una “cena de gala” en su casa, para homenajear a su gran amigo Camilo José Cela. ¿? Aquello me sonó galáctico.

Recuerdo a mi pareja, alquilando un esmoquin. Mi padre, más emocionado que yo, también con el suyo.Yo misma, con un chal de seda (de los que sólo te ponías si ibas de boda y siempre te lo dejaba alguien que tenía uno bueno). Aquella casa, imponente. El jardín iluminado y Camilo Jose Cela sentado en un butacón de mimbre, saludando a los invitados. Después, mi amigo me lo presentó y le habló de ese premio compartido. De ese momento recuerdo instantes de la charla agradable , los consejos y que el chal me resbalaba continuamente por los hombros… Fue muy amable y prometió enviarme un libro dedicado.

Al cabo de un tiempo, recibí un paquete. Dentro, había un libro , con una nota “De parte del maestro” y una dedicatoria.

 

Ni que decir tiene que fueron tiempos de leer mucho a Cela y que tengo una especial debilidad por él. Será por esos dos libros únicos y llenos de recuerdos : el libro prohibido y “mi” libro dedicado.

Fue una gran noche.

Spoiler : fue espectacular.

Me hubiese gustado que la hubieses visto como yo la vi: el cielo encendido, el aire quieto, la luz perfecta.

La banda sonora de cigarras , muchas , y el trino de los pájaros.

El horizonte parecía derretirse en calma.

No es lo mismo desde una pantalla, lo sé, pero era demasiado bello para no compartirlo.

La taxista feliz.

Después de una mañana de recados, caminando por una Barcelona casi humeante, con el abanico maltrecho de tanto vaivén en cada semáforo, decido coger un taxi para volver a casa.
Al sentarme, me envuelve el alivio inmediato del aire acondicionado. Todo está impecable. Huele a limpio, a recién estrenado.

La conductora me ofrece una botella de agua y me pregunta qué ruta prefiero.
—La que tú quieras —respondo, agradecida.
Afuera, el asfalto arde bajo los 36 °C; adentro, se está casi demasiado bien.

Pronto iniciamos una conversación. Ya recuperada del calor, dejo que fluya. Soy de palabra fácil y curiosidad viva, así que en poco rato sé más de lo previsto. Pero no es un monólogo denso ni egocéntrico. Al contrario: sabe escuchar, sabe reír, sabe compartir. Y, sobre todo, irradia felicidad.

Es una taxista feliz.

Primero fue enfermera durante 21 años. Después, dueña y cocinera de su propio restaurante durante otros 15. Más tarde, tras separarse de su pareja de toda la vida, 35 años, dejó la hostelería. En el reparto de bienes, se quedó con el taxi.

Tiene dos hijos ya independizados. Y ahora, por fin, se siente libre. Conduce, charla, disfruta: hace lo que le gusta.
Todo en ella transmite una ligereza contagiosa. Sin drama, sin lamentos. Con humor, gratitud, y esa rara habilidad de saber jugar con la mano que la vida le ha repartido.

Cuando bajo del taxi, me siento fresca, animada… y sonriente.
Y me doy cuenta de algo: igual que uno puede contagiarse de pesimismo, también puede impregnarse de alegría.

Esta taxista lleva cinco años recorriendo las calles de Barcelona y, si te la cruzas, seguro llegarás a tu destino con una sonrisa que no sabrás de dónde ha salido.

Incomparable.

Esta foto está generada por IA

Es muy aproximada a la que le he mostrado, la de verdad.

Pero mientras yo fotografiaba este olivo precioso, oía el canto de los pájaros , sentía el viento suave y olía a hierba y flores ya que acababa de llover…

Nada puede mejorar la inteligencia natural

El “ti-tu, ti-tu”…

Creo que la zona cercana a la ventana de mi dormitorio tiene una acústica increíble para insectos y pájaros. Por lo que sea, debe reunir las condiciones físicas y ambientales adecuadas para que los sonidos se amplifiquen.

Lo que me tiene desconcertada es que atraiga a criaturas de cantos monótonos, monocordes y continuos. Me pasó con la cigarra del verano y, ahora, repito con el carbonero común de la primavera.

Este precioso pajarillo emite un canto tipo “ti-tu, ti-tu” para atraer pareja y marcar territorio. Lo hace a una hora temprana, cuando más silencio hay en la calle.

La intensidad es máxima, y se ha venido arriba.
El carbonero común que resuena en mi ventana a las seis de la mañana no es común. Se cree que es un Pavarotti con plumas…

No es mi intención silenciar a la naturaleza, pero, si no encuentra pareja pronto, le agradecería que cambiara de horario y lo retrase un par de horas.

Lo malo es que no sé cómo decírselo.
A ver si encuentro el código oculto en el “ti-tu, ti-tu”…

Kintsugi .

El Kintsugi  (en japonés: carpintería de oro) o Kintsukuroi  (en japonés: reparación de oro) es una técnica de origen japonés (S.XV) para arreglar fracturas de la cerámica con barniz de resina espolvoreado o mezclado con polvo de oro, plata o platino. Forma parte de una filosofía que plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarse, incorporarse y además hacerlo para embellecer el objeto, poniendo de manifiesto su transformación e historia. 

Yo lo he hecho con un jarrón chino. Si, uno de esos grandes jarrones, llenos de colores brillantes y figuras de dragones en relieve. Uno de esos que nadie sabe dónde ubicar… Este llegó a mi vida hace muchos años. Mi padre era médico y un paciente muy agradecido con su atención, le regaló un jarrón chino en los años 70. En aquella época, era un objeto de decoración muy valorado. En nuestra casa, el jarrón chino nunca cuajó, pero, mi padre, que le tenía especial estima a la familia que se lo había regalado, no tuvo el valor de deshacerse de él u ocultarlo. Estaba en un rincón de su despacho. Disimulado…

Así que aquel jarrón, nos fue acompañando en las mudanzas y los cambios de domicilio hasta el momento en el que mi madre, ya cansada de aquel festival de colores brillantes y lacados y aprovechándose de mi independencia,  me pidió que me lo llevara. Mi padre me dijo : “Pero no lo tires”.

En mi casa, estuvo escondido en un trastero, acumulando polvo y años…

Un día de esos de “orden y concierto”, me puse a arreglar el trastero y apareció el jarrón. Seguía sin gustarme, pero, el tiempo, le había dado un valor incalculable. Una cualidad diferencial importantísima: mi padre, ya no estaba con nosotros y ese jarrón chino , me conectaba a él, a nuestra historia. No pude tirarlo. Lo hice mío con pintura de pizarra, que siempre se puede eliminar y lo coloqué en mi despacho. Sé que, a mi padre, le hubiera gustado…

Hace unos días, se rompió. Mi familia consideró que ya había llegado el momento de decirle adiós, pero, de nuevo, yo me vi incapaz de deshacerme de él. Y, entonces, leí un artículo sobre el Kintsugi.

Vuelve a estar en mi despacho, pintado de blanco pizarra y con una intervención en pintura de relieve color oro, para ser fiel al concepto del Kintsugi . Cuenta una historia, llena de afectos y dice , en blanco y oro,  lo mucho que echo de menos a mi padre.

Y, quiero decirte, que no, no lo he tirado…

 

Caminando…

Me gusta caminar. No es nada nuevo. De joven, había días en los que no cogía la moto para ir a la facultad y hacía el camino andando. No era mucho, unos tres cuartos de hora, pero resultaba placentero, sobre todo a la vuelta. Si ya había anochecido o casi, veía los pisos iluminados, las diferentes estancias, y fantaseaba con las vidas que se adivinaban allí.

Ahora acostumbro a unificar recados y hacerlos todos andando. Lo he convertido en una rutina. Al principio, llegaba a casa con las bolsas colgadas al hombro, y el camino se volvía penoso al final. Pero evolucioné hasta comprar un carrito de la compra, un artilugio que nunca había tenido en mi vida. Todo un descubrimiento. Es simple, pero muy funcional.

Modelo RADARBULLE de IKEA.

Y me sigue pasando lo del fantaseo. Voy con los cascos, oyendo música, y ahora que es invierno, cuando el sol ya se pone, veo las luces de los pisos. El fulgor azulado de las televisiones me hace pensar en alguien sentado en un sofá o un sillón, pendiente de la pantalla. Pero las luces que más me gustan son las de las cocinas: focos, lámparas colgantes, fluorescentes que se intuyen detrás de las cortinas o se ven directamente desde ventanas desnudas. Hay trasiego. Apago la música y escucho los sonidos de la cocina. Llegan aromas, a veces apetecibles, otras no. Veo personas moviéndose por la estancia como en una coreografía, estirando los brazos, removiendo lo que haya en la sartén. Imagino las vidas de las familias, de las parejas, de los solitarios que habitan allí.

Pienso en positivo. Son imágenes bonitas. No tiendo al drama, que bastante hay ya en el mundo. Pero el otro día, en mi fantasía, apareció una pregunta: ¿qué hemos hecho?, ¿qué han hecho todas esas almas para que el gobierno mundial del planeta esté en manos de gente que, si algo no aporta, es luz? Todo lo contrario, imponen la oscuridad.

Sigo caminando , arrastrando mi carrito y vuelvo a la música . Escucho la voz luminosa de Chiara Civello cantando Il Mondo.

Il mondo
Non si è fermato mai un momento
La notte insegue sempre il giorno
Ed il giorno verrà.

Me consuela un poco…

Temperaturas invernales.

Dicen en la radio que mañana hará frío. Hablan de “temperaturas invernales”. Lo escucho mientras ordeno un armario y decido qué hacer con los jerséis de lana que no uso desde hace tiempo.

Ocupan demasiado espacio y, con el clima actual, dudo que el invierno vuelva a Barcelona. Antes era un invierno suave, pero al menos ofrecía días para llevar lana, bufanda y abrigo. Ahora es un invierno que te invita a comer en la terraza de un restaurante, con el sol tibio que aún calienta y una temperatura de 19 ºC en pleno enero.

Abrigos y bufandas están ahí, olvidados. En una esquina del armario, la de invierno, en una ciudad donde el invierno apenas existe.

Algunas prendas se salvarán. Los viajes ocasionales al frío verdadero serán su salvoconducto. Pero la mayoría, por ahora, irá a unas cajas. Les pondré un rótulo para identificarlas: jerséis de lana en peligro de extinción.

El gato como dinamizador vecinal.

Ya os hablé del gato, el “Rey de la Zona”, que se pasea por mi casa como si fuera la suya y siente absoluta indiferencia a nuestra presencia.

Hace unos días, suena el timbre de la puerta. Una voz de una mujer joven, se identifica como mi vecina y me dice que me llama por el gato. Pensé que por fin conocería al propietario de mi amigo gatuno pero cuando abro la puerta me encuentro con una chica y un cochecito de bebé y el gato gordo, sentado en el quicio de mi puerta.

-Es que lo he visto fuera y he pensado que no podía entrar. 

-No es mío, le contesto 

El gato nos mira a las dos. 

-Como estaba delante de la puerta y lleva collar…

Le explico que el gato es un fiel visitante de mi casa pero que no sé de quien es. Algún día lo descubriré pero mis pesquisas entre los más cercanos , no ha dado frutos.  

En este punto, el gato ya está cansado de la conversación humana que ya se dirige al bebé y a temas más sociales y pega un brinco , se encarama en el muro y salta hacia mi casa. No hacía falta que le abriera la puerta, por supuesto. Es ágil y elegante , aunque parezca que no por lo robusto que está, y cuando cae en el suelo, se gira y nos mira en plan divo .

La vecina está sorprendida por su tranquilidad . “Los gatos no son tan cercanos a los extraños”. Este sí, soy testigo. Ahora, ella también siente curiosidad por saber de quien es el gato. 

Si lo descubre, me contactara…

Lunas llenas de diciembre.

Con la batería de la cámara a tope , he salido a hacer fotos de la luna llena de diciembre. El nombre de esta luna es poco original para los que vivimos en invierno : “Luna fría”. 

DALL-E

No hacía tanto frío como debería a las puertas de Navidad , así que hacer las fotos ha sido más agradable de lo previsto. 

GROK

Aunque la IA genere estas preciosas imágenes cuando le pides “la luna llena de diciembre”, la mía, la de esta luna fría del 2024 , está llena de sensaciones.  Por lo menos, las que se generan alrededor de la fotografía y el fotógrafo. Esperar, repetir, ajustar, respirar el aire fresco, oír a esa madre que persigue a un niño veloz que corre por la calle solitaria, parar porque no tengo el trípode y se me cansan los brazos, mirar las luces de navidad de los vecinos , unas calmadas y zen, otras coloreadas y de coreografía nerviosa, oír el ruido de platos en una cocina, oler algo bueno que se me antoja que es una tortilla de patatas, el silencio de nuevo…

Me he sentado y he mirado a la luna. Ella sigue ahí , como siempre, pero aquí abajo , las cosas han cambiado. Pienso en el gran amigo que he perdido este verano. No verá mi foto de la luna fría de este diciembre, aunque, por un momento, lo que me viene a la mente es que estará por ahí arriba, cerca de la luna, o en la luna, mirando como hago la foto.

Y la hago. 

Click.

Ahora, vuelvo a oír a la madre que respira acelerada detrás del niño que corre que vuela, ahora en dirección contraria.  No le hace ni caso. 

Sonrío cuando lo oigo reír.

Es vida.

Y esta es la foto , con todas esas “cosas” y libre de IA: