La mella.

He tenido la suerte de tener en mi vida, a un hacedor de cucharas de madera de boj. Ahora, que ya no está con nosotros, cada pieza que tengo, cada una de esas cucharas y espátulas , torcidas y hechas con la débil agilidad de unas manos ya muy viajadas, se convierte en un tesoro único. Una pieza exclusiva de una serie de Edición Limitada.

Algunas las convertí en cuadros, para que estuvieran en mis paredes, recordándome la grandeza de la máxima sencillez, pero, el resto, son piezas funcionales en mi cocina. Utilizo mis utensilios artesanos de boj, cada día…

Una de las espátulas, se me ha roto. Justamente, es la que se concibió para remover las migas pero que yo he utilizado para muchas cosas (incluso de alcanza-cosas de los estantes más altos).

Me la miraba, allí tendida, con una muesca que la hace inviable para cocinar y me ha parecido preciosa. Esa mella, es parte de una historia. De una vida. Es un objeto que tiene muchísimas cosas que contar: desde el inicio, cuando era una rama de boj en el Pirineo Aragonés hasta el momento que se empieza a dar forma, se convierte en cuchara y llega a mis manos, viviendo en mi cocina durante muchos años.

Así que seguirá entre mis utensilios, de manera testimonial, para que no se me olvide que el tiempo pasa, que hace mella, que ya tengo mi lista de los que no están, pero, también, que tengo la suerte de almacenar todas esas vivencias en una despensa emocional para cuando necesito alimentar el alma.

Sí, dejo la espátula en el bote, for ever.

Mella

  1. Rotura o hendidura en el filo de un arma o herramienta, o en el borde o en cualquier ángulo saliente de otro objeto, por un golpe o por otra causa.
  2. f. Vacío o hueco que queda en una cosa por faltar lo que lo ocupaba o henchía, como en la encía cuando falta un diente.
  3. f. Menoscabo, merma, aun en algo no material.

 

Quita las penas.

Ordenando cajones encontré esta pequeña caja. 

Contiene algo muy valioso.

Sí, en su interior hay unos muñecos que quitan las penas. Son muy pequeñitos (de 10 a 20 mm) y están hechos con alambre, madera y lana. Proceden de Guatemala.

Dicen que de los indios mayas. 

Las instrucciones son precisas: 

1-. Coges un muñequito.

2-. Le cuentas esa pena que tienes, antes de irte a dormir.

3-. Lo colocas bajo la almohada.

La preocupación se traslada al quitapenas y tú puedes dormir y olvidarte de ella. 

Quién sabe si los mayas de los altiplanos guatemaltecos sabían cosas que nosotros no sabemos. Era una civilización en la que surgieron grandes científicos y matemáticos.  Manejaban el concepto matemático “cero” y un sistema vigesimal de medida. Calcularon el movimiento de traslación de la tierra antes que otros pueblos y concibieron el año bisiesto. También calcularon el movimiento de la luna y sus fases lunares. Predijeron eclipses solares y lunares. Las estaciones con sus solsticios y equinoccios…

Así que pretender que los mayas, supieran algo de neuropsicología no sería tan extraño.   Plantearon darle un cebo a tu cerebro para que pique y se relaje. A la vez, ese órgano trascendental, como está tranquilo, puede desintoxicarse, reorganizar la información y el conocimiento, equilibrarse químicamente, etc., etc. En definitiva, estar sano. 

Si, encima, lo conviertes en mágico, el cebo funciona.

Dicho esto, ¿Quién puede asegurar que no existe la magia?

Por si acaso, la cajita está en mi mesilla de noche.

Queridos Reyes Majos…

Primero, los consideras magos. Sabes que vienen del lejano Oriente, en sus camellos, cargaditos de todas esas cosas que deseas como por arte de magia… Más tarde, los conviertes en majos. Son majetes y agradables.

A mí, me gustaría que fueran magos. Pero de verdad.

Y es que los Reyes Magos, no eran magos. Tampoco Reyes. Eran sabios.

La probabilidad más alta es que fueran astrólogos. Los que han estudiado el tema con profundidad, ni siquiera de ponen de acuerdo en el número: 2, 3, 5, 12. Y no iban solos, unos dicen que llevaban ejércitos y otros que a sus criados y ayudantes. La estrella que seguían, podía ser el Cometa Halley. Hay quien mantiene que Kepler, en 1606, afirmó que pudo nacer de la conjunción triple de dos planeta, Saturno y Júpiter, en la constelación de Piscis.. Y, según lo que dice Mateo en el Evangelio, llegaron dos años después del nacimiento , así que lo del pesebre, tampoco.

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Así que, de Magos, nada. Cuando ya eres mayor, pasan a Majos. Porque es que son majos…

Les dan a los niños de nuestro mundo un acceso a otro mundo, fantástico y mágico. Desgraciadamente, la magia tiene fecha de caducidad y es por eso, que es tan importante disfrutar de ella, cuando y cuanto se pueda.

Y por si acaso me equivoco y resulta que todo es verdad y que fueron tres Reyes Mágicos , voy a escribir mi carta. Total, no cuesta nada.Eso sí, la empezaré con «Queridos Reyes Majos:»

Sé que no les importará…

Foto de Annie Spratt en Unsplash

El abridor.

Hace tiempo que tenía pendiente un día de orden y concierto en la cocina. Sacar todo de los cajones, limpiar, seleccionar y ordenar.

Al fondo de un cajón, encuentro un viejo abridor. Es uno de esos objetos sencillos y viejos que siempre me resisto a tirar. Tiene forma de fruta o hortaliza, porque nunca he sabido que era esa figura de madera. La parte metálica funciona como un reloj suizo de precisión. Hay abridores que se deben reposicionar o con los que cuesta encajar la pestañita en la chapa, pero este no. Se adapta a la perfección y a la primera.

Su ubicación original era junto a la nevera, en una estantería, para que la operación de “coger botella-abrir botella” fuera fácil y ergonómica. A su lado, había un recipiente de latón dónde se tiraban las chapas.

Este abridor con forma desconocida pero amable, lo han tocado muchos amigos.

Ha estado en muchas celebraciones, de las importantes y de las que solo son por reunirse sin motivo alguno. Ha funcionado en verano e invierno. Con cerveza, cola, naranjada, limonadas, agua con gas, bitter y todo lo que se dejara abrir.

No he podido incluirlo en la selección de utensilios que no utilizo para tirarlo porque, es verdad, hace tiempo que fue remplazado por un abridor-imán que está en la puerta de la nevera, pero su uso continuado año tras año, le da la categoría de abridor legendario de la familia.

Lo dejo en la vieja estantería. Por la tarde, con la cocina ordenada y la satisfacción de haber cumplido con mi objetivo a lo Marie Kondo, decido tomarme un agua con gas, con mucho hielo. Veo el viejo abridor, y en vez de utilizar el que está en la puerta de la nevera, abro la botella con él. 

Al oír el chasquido del gas que se escapa, como si de un conjuro se tratara, se abre un mundo ante mis ojos. Son comidas, cenas, conversaciones, fiestas, momentos familiares…Desfilan ante mis ojos, un sinfín de escenas preciosas por la gente que hay en ellas. Cuando suelto el abridor, todo desparece. Me queda una sensación de paz inmensa. También de alegría. 

Cojo otra botella y la abro. Se suceden más momentos felices y agradables que configuran mi vida. Y sigo abriendo todo lo que hay en la nevera, asombrada por la cantidad de cosas que había olvidado y, también fascinada, porque la mayoría de las veces, las cosas más maravillosas son muy simples: conversaciones agradables, emocionantes y divertidas, abrazos, juegos, risas, bailoteos…

No puedo desprenderme del abridor con forma de hortaliza desconocida. Está en la estantería, en el lugar que le corresponde al lado de la nevera y cuando tengo algún momento de bajón, allí me voy y abro mi mente a los momentos felices olvidados.

Con las gafas puestas…

Nadie sabía qué tenían aquellas gafas. Sí, eran especiales. Hechas a mano y de diseño atrevido con montura de madera de boj. Los cristales, tintados con una fórmula secreta, eran de un tenue tono rosado… Tras la aparición de una foto en Instagram de una It Girl, en la que la chica posaba con las gafas y los morritos fruncidos ( y esa V de victoria con los dedos que ponen siempre), el fabricante de las gafas se vio desbordado de pedidos.

Y mira que él iba haciendo. Sin prisa, pero sin pausa. Unas 5 gafas al día…No necesitaba más para que su pequeña tienda, en el Eixample de Barcelona, sobreviviera en estos tiempos de marcas fastuosas y macro tiendas tipo templo…

Durante mucho tiempo sólo algunos sabían lo que podían hacer aquellas gafas. Ahora, por culpa de la influencer, era de domino mundial. Aquel objeto, a caballo entre el diseño vanguardista y un producto artesano, te hacían ver la belleza de la vida … No el típico cuento del “color de rosa”. No. Era algo más exquisito, más trascendental…

conlasgafaspuestas

Cuando te ponías aquellas gafas, el cielo se veía más azul, casi comestible y te conducía, irresistiblemente, a inspirar profundamente y a sonreír. Con las gafas puestas, te sentías agradecido de estar vivo, sintiéndolo como un inmenso privilegio y no como un derecho adquirido. De repente, por tu lado pasaba un niño de la mano de su madre y te miraba y te sonreía y esa sonrisa, con las gafas puestas, se convertía en un regalo maravilloso. La mariposa de mil colores que se posaba en la rama de un árbol en plena calle la veías con un zoom milagroso, con las gafas puestas…Cualquier pequeño detalle del entorno, lo más simple, se convertía en una dosis de belleza exquisita…

Con las gafas puestas…

Como en las grandes historias, los dueños de una multinacional con tropecientas mil tiendas de gafas repartidas por el mundo visitaron al artesano. “Queremos la fórmula”- le dijeron “Le pagaremos lo que quiera” pero el creador de las gafas no sabía de qué le hablaban. Él había mostrado al mundo como hacía sus gafas, que productos utilizaba en todo el proceso, proporciones exactas y metodologías, pero… sólo sus manos producían la alquimia mágica para que las gafas te mostraran la vida en todo su esplendor… La pequeña tiendecita se llenó de gente, la venta on -line crecía sin parar… Unos señores, vestidos con un traje negro, no dejaban ni a sol ni asombra al pobre artesano…

Un día, la tienda amaneció cerrada, con un letrerito pequeño en la puerta: Vacaciones Indefinidas. Nadie supo decir cuando se había ido ni a dónde… Dejó unos paquetes con gafas de regalo para sus vecinos y sus amigos del barrio y nunca más se supo…

Pienso en ello mientras escribo este post. Entra la brisa por la ventana y veo los árboles, meciéndose al ritmo cadencioso de este viento suave. El verde es muy intenso y oigo a las hojas, bailando… ¡Oh! Un pajarito se posa en una rama…El canto es precioso y también, esos toques rojizos de las plumas de sus alas…

Dicen que te lo puedes encontrar en mercadillos, de los de artesanía, en pueblecitos pequeños de aquí y de allá…Aún hay gente que puede comprar las gafas y con ellas puestas, tener el privilegio de “ver” la vida…

Los hombres de negro, lo siguen buscando… Si alguien lo encuentra que no lo delate. Es más, que no dude ni un segundo en comprar una de esas gafas…

Yo ya tengo las mías…

NB :Gafas de Woodys Barcelona.

NB 2 : 2023 : Hay tanta violencia, maldad, crispación e ira en este mundo que, si alguien encuentra al artesano, le pida que haga millones y millones de gafas. Se necesitan más que nunca.

¿Te apetece venir a tomar un café?

Foto de Thomas Murphy en Unsplash

“Tomar un café” es uno de esos ritos encantadores que nos hace más sociables, más amigos y, claro, en un primer impulso me vas a decir que sí. Quedaremos en mi casa, te haré pasar a mi salón y te dejaré sentado en mi nuevo sofá color chocolate.

Un poco de música suave enriqueciendo la atmósfera, te hará sentirte cómodo. Tendrás ganas de hablar de la vida, de lo transcendental o, simplemente, de lo que es superfluo, pero nos hace reír.

Mientras comentamos la jugada, me oirás trastear por la cocina. Sacaré mi vieja cafetera de puchero de uno de los armarios y, tú, sorprendido, me preguntarás por mi máquina de espresso de diseño. Sí, la de las capsulitas. Yo te responderé que he vuelto a mis orígenes y que te estoy preparando el mejor café del mundo en la vieja cafetera de mi abuela. Te distraeré, describiéndote los orígenes que he elegido para esta mezcla de granos: un poco de Kenia, Brasil y un toque napolitano…

Foto de Alexandra Gorn en Unsplash

A los pocos minutos de encender el fuego, empezarás a sentir la fragancia sutil del café que se hará más insistente, más poderosa. Ya estarás absolutamente relajado y dispuesto a que nos conectemos con este ritual del tomar el café… Entonces, la cafetera alcanzará su punto místico, al borde de la ebullición y se pondrá a cantar La Traviata. Sí, no lo has leído mal: La Traviata de Verdi.

Serán unos compases que tú no oirás…

Lo descubrí el día ese tan famoso en el que se fue la luz. La avería general afectaba a mi calle y la voz automática del Servicio de Atención al Cliente, me informó que tenía para cinco horas sin suministro.  Esperaba visita así que empecé a pensar como iluminarnos…

Busqué la linterna y no encontré la linterna. Tampoco di con las velas de emergencia que todos, todos, tenemos en casa así que recurrí al precioso velón de vainilla que me regalaron para mi cumpleaños que me había resistido a encender para no perder la delicada forma cubista en la que estaba esculpido.

La cocina se iluminó tenuemente con la suave luz de la llama y un aroma dulzón de vainilla se esparció por la cocina. Me apeteció un café. Un rico espresso, de esos aromáticos y cremosos. Un Blue Mountain sería una buena elección, pero miré mi preciosa máquina de café, de diseño, con sus capsulitas y totalmente muerta y borré de mi mente la idea del café. Pero la idea se imponía en mi cabeza: café, café, café….

Desde pequeña, he vivido el” tomar café” como un rito sagrado. Íbamos a un tostadero, dónde mi padre elegía según los orígenes. Lo compraba en grano, ya que consideraba imprescindible molerlo instantes antes de ponerlo en su cafetera. Este grato recuerdo que casi huelo, me hizo recordar que tenía la vieja cafetera de mi abuela en el fondo de un armario y ¡Funcionaba con mi cocina de gas natural! No necesitaba la dichosa luz. La lavé y la llené de agua. ¿Y el café?  Miré las cápsulas, miré la cafetera. Me dediqué a rasgarlas e ir llenando el viejo cacillo con el café de George.

Foto de Frédéric Dupont en Unsplash

Mientras la cafetera iniciaba la ebullición, cogí mi móvil, que milagrosamente estaba cargado, y llamé a mi citaTenía mis esperanzas puestas en que, por fin, había encontrado a alguien interesante y con posibilidades de un futuro común Me saltó el buzón de voz, al mismo tiempo que la cafetera empezaba a cantar La Traviata. Yo también salté. Primero estaba asustada y después, más tranquila al ver que el viejo cacharro lo único que hacía era tatarear el Brindisi. Me acerqué y con todo el valor que pude reunir, abrí la tapa. El café, caliente y especiado, aparentaba una normalidad absoluta.

Entonces, mi teléfono empezó a sonar. Era él. Para entonces, la cafetera ya se había callado y mi imaginación volvió a encarrilarse hacia la normalidad.

– ¿Cuándo vendrás? Se ha ido la luz, pero se me ocurren cosas maravillosas que podemos hacer totalmente a oscuras.

-. Dentro de un ratito. Tengo mucho trabajo– me respondió él.

La cafetera silbó el inicio del Brindisi. 

No le di importancia.

– ¿Me echas de menos?

– Sí, muchísimo–. 

Y fue acabar la frase y la cafetera, ya absolutamente lanzada, subió el volumen.

La Traviata en su máximo apogeo. Parecía que había una orquesta sinfónica en mi cocina…que sólo oía yo. Fue colgar el teléfono y la cafetera, enmudeció. Me serví un café y vertí el resto en una jarrita de porcelana. Revisé el interior del viejo pote, buscando el ingenioso mecanismo que hacía que sonora la música. Nunca he sido muy de máquinas, así que tampoco me sorprendió no encontrar nada.

Foto de Chris Weiher en Unsplash

El hombre con el que hablé duró dos meses en mi vida. Me abandonó y me partió el corazón. La cafetera tuvo algo que ver, evidentemente. No pude volver a guardar la reliquia de la abuela y, poco a poco, recuperé la vieja tradición familiar del rito del café. Dejé de hacer colas para que me vendieran las capsulitas cómo si fuera caviar y localicé pequeños tostaderos artesanos donde podía experimentar con diferentes blends y siempre que nos apetecía un café lo hacíamos en el viejo puchero.

Y el viejo puchero me cantó tantas veces La Traviata que tuve que admitir que había una relación causa-efecto. Si mientras se hacía el café, si yo le hacía una pregunta a quien estuviera conmigo, El Brindisi me decía si la respuesta era verdadera o falsa. Si me estaba mintiendo, yo oía La Traviata.

Ya llevo bastantes relaciones finiquitadas por mi cafetera-polígrafo.

Ahora entiendo porque mi padre la escondió durante todos estos años en el garaje, en una caja de cartón. Es un chivato de la mentira. De todas las mentiras: las transcendentales y las superficiales y eso es peligroso. Es más fácil vivir ignorando la verdad, creedme.

Yo soy adicta a esa cafetera. Puede ser que también sea adicta a la verdad, pero no siempre toda la verdad es importante. Sí, si lo que quieres saber es si te quieren, pero no si la pregunta es si te queda mejor ese nuevo corte de pelo. No puedo evitar someter a todos mis amantes a la prueba de La Traviata. Ni a mis amigos. Ni a la familia. Podría dejar que las cosas fluyeran naturalmente y volver a conectar mi máquina de café espresso en cápsulas, pero no puedo. La cafetera de la abuela me supera…

Si vienes, te invitaré a catar un increíble blend de un torrefactor artesano. Te encantará. Me lo envían desde Roma. Esperaré que el aroma te llegue al cerebro y te preguntaré…

Foto de Dessy Dimcheva en Unsplash

Libiamo, libiamo ne’lieti calici
che la belleza infiora.
E la fuggevol ora s’inebrii
a voluttà.
Libiamo ne’dolci fremiti
che suscita l’amore,
poichè quell’ochio al core
Omnipotente va.

La oferta.

Mi teléfono fijo suena sin parar. Estoy pensando en desconectarlo y decir a toda mi familia, amigos y contactos varios, que, a partir de ahora, me llamen al móvil, pero, cuando pienso en mi madre, que a sus ochenta años es el único número que almacena en su memoria, desisto en el acto de enmudecer el maldito teléfono. ¿Y si le pasa algo? ¿Y si quiere llamarme?

Al principio, contestaba a las llamadas: ¿Quiere mejorar su tarifa eléctrica? ¿La del gas? ¿La de telefonía? ¿Quiere agrupar todos sus seguros? ¿Qué hay del seguro de vida? ¿Y va a renunciar al sorteo de un jamón sólo por no responder nuestra encuesta?… Ahora, sólo levanto el auricular si conozco el número del que me llaman. No puedo absorber más ofertas comerciales, ni Black Friday ni Ciber Monday ni lo del jamón, pero… esa tarde, estaba distraída y pasaba por delante del teléfono en el momento en que sonaba y lo cogí. La voz del hombre que recitó mi nombre y apellidos, tal y como constan en el DNI, en vez de atemorizarme como en otras ocasiones, me sedujo. Sin quererlo, me oí responder “Sí, soy yo”

La voz profunda y sensual me anunció que tenía una oferta irresistible diseñada especialmente para mí. En vez de decir aquello de “Gracias, ya estoy cubierta de todo, todo” y colgar, le pedí que me explicara la oferta. ¿¿?? ¿Qué me estaba pasando?

El hombre hablaba, intercalando unas pausas misteriosas como para confirmar que estaba entendiendo el mensaje. Yo, a cada pausa, contestaba con un “Sí, sí”. Acabé dándole el email, al que me envió la propuesta. Me llegó un número de pin al móvil (que también se lo había dado) para firmar digitalmente el contrato y en menos de diez minutos, ya era usuaria del servicio de mensajería especial “WindWords”.

Nunca hubiese dicho que esa llamada iba a cambiar mi vida. Sí, estoy bien. Muy tranquila. Diría, también, que “feliz” pero es un adjetivo con el que no me atrevo nunca, pero…estoy casi feliz. ¡Sí!

Yo era una de esas personas con hipersensibilidad a las opiniones de los demás. Las palabras de algunos me dolían. O me preocupaban o no me dejaban dormir. Sé que hay gente que sabe ser inmune a los sermones, reprimendas, críticas y comentarios, pero yo, no. A mi me afectaban mucho. Un ejemplo: mi cuñada dejando ir (como quien no quiere la cosa) que era una mala hija por no tener a mi madre viviendo en casa. Y yo, sabiendo que está perfectamente y que quiere vivir sola porque puede y quiere, sentir esas palabras taladrándome todo el día: “Mala hija, mala hija…”.

Ahora, todo es diferente. Me dices, querida compañera de trabajo, que me ves más estropeada y qué si me pasa algo y no me obsesiono con “estoy mal y me ven mal, estoy mal y me ven mal”. Llamo a WindWords o contacto vía su app y, a los diez minutos (no me explico como pueden ir tan rápidos) aparece un mensajero en mi puerta. En sus manos, lleva un extraño recipiente que parece no pesar nada. Me da una hoja de un material liviano y escribo las palabras que me han fastidiado el día. Firmo el comprobante y se va. A los pocos minutos, siento una brisa ligera y ya no le doy la más mínima importancia a lo que me ha dicho este o el otro. Me importa un pimiento. Ni me acuerdo…

Una vez, le pregunté al mensajero, por el destino de esa urna volátil y me respondió con una sonrisa: “Lo único que debes saber es que las palabras se las lleva el viento”.

Cada vez que lo pienso, juraría que el mensajero tiene la misma voz poderosa que el tipo que me vendió la oferta…

 

Este reloj ya no marca las horas.

Este reloj ya no marca las horas.

Marca una hora que, supongo,  por casualidad, es una señal.

Es la parte superior de un reloj de pared de la marca Junghans, fábrica relojera alemana desde 1861. Su propietario le tenía un cariño especial porque estaba en la pared de la casa materna. Tiene más de 100 años, me decía siempre….

Y yo le tenía, le tengo,  un amor especial a su propietario, mi querido padrinet, Así que cuando lo encontré, ya roto , con las piezas dispersas , me lo guardé. Hace unos días, volvió a aparecer en una fase de orden y concierto del trastero. Lo limpié a fondo pero cuando iba a ir por la zona de la esfera me fijé en la hora que marcaba.

Es el momento en que nos dejó , durmiendo apaciblemente y , también, el momento a partir del cual, siempre estará aquí.

Así que sin saber si creo o no en las señales o en las casualidades , el reloj me da un buen rollo inmenso.

Tiene que estar conmigo.

La magia.

Hay un periodo en nuestra vida que creemos en la magia.

Es maravilloso.

Coincide con la época en que nuestra mente es un libro en blanco en el que aún nadie ha escrito nada. Ni nuestra cultura, ni país, ni modelo parental, ni estatus económico. Nadie. Es ese momento en el que nada ( o muy poco) ha interferido en nuestra esencia y somos libres, integradores, positivos, solidarios, ilusos, alegres ,… No nos importa raza, sexo o religión. Podemos aprender varios idiomas a la vez. Podemos creer que una bola de papel es un balón de futbol o que un dibujo con tiza da cobijo a la casa en la que jugamos. Un charco de agua es una oportunidad de divertirse y no tememos a la enfermedad ni a la muerte.

Después, se irá escribiendo en el libro. Esas influencias nos modelarán y nos llevarán a ese otro periodo de la vida en el que ya no sabemos ver la magia.

Pero esta noche, es una de las pocas en las que , por lo menos, podemos recordar que la vimos.

Y sigue siendo una maravilla.

Feliz Noche de Reyes.

Ruda.

Me han regalado una ruda. Es una planta bonita que tiene un aroma especial: a mí me evoca la hierba y tierra húmeda nada más llover.

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Este perfume ahuyenta diferentes tipos de insectos y se utiliza en cultivos para evitar plagas. Tiene propiedades antiespasmódicas en infusión…También es conocida en el mundo esotérico. Protege de malas vibraciones, malos espíritus… Lo malo, es absorbido por la ruda.

La que yo tengo, tiene todas sus propiedades mágicas intactas, ya que la persona que la plantó en esta maceta cree en todas ellas. Si la planta un descreído, la ruda no tiene efecto… Menos mal que ya me la han regalado activada.

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Pero lo que más me ha impresionado  , es que si se marchita y se seca, a pesar de los cuidados básicos que yo le prodigue, tengo que estar contenta porque eso significará que la planta ha recogido toda la energía negativa que había por aquí .

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Es la primera vez en mi vida, que me regalan una planta que, si se marchita, es una buena señal y no puedo evitar pensar que, lo mismo podría haber pasado con todas las orquídeas que han perecido en el intento de vivir en esta casa…Tendría un ambiente limpio de lo malo para toda la vida…