Ojalá.

El gato gordo , apodado “El Rey de la zona”, que se paseaba por las casas del vecindario y recalaba , especialmente en la mía, ha desaparecido.


No sé como estará o dónde estará pero no lo hemos visto desde Navidad. Lo curioso es que no es nuestro y no nos hacia ni caso, pero lo hemos echado de menos. Me alegraría ver su andar parsimonioso y esa mirada indiferente de nuevo pero , de momento, no hay noticias del gato.

Desaparecido el depredador, la familia de petirrojos que nos visitaba cada año y que desde que estaba el gato, los veíamos de refilón, ha hecho acto de presencia ya de manera constante.

Aunque el instinto es el instinto , creo que mi gato gordo desaparecido era tranquilo, lento, viejo y poco reactivo. Podría haber una posibilidad de convivencia con el petirrojo pero tal y como está el mundo , lo que más se impone es depredador abusivo y presa indefensa.

Ojalá la convivencia…

Paparazzi de petirrojos.

Nada, este año se ha dejado ver, pero no fotografiar.

En el momento que lo detectaba desde la ventana, era hacer el gesto -sutil-de coger la cámara y se largaba, volando como le toca. Bien alto y fuera de mi alcance.

Es joven. Empieza a colorear el plumaje, pero solo apunta tonos rojizos en la cola, hay que esperar que se haga mayor. Entonces, ya se habrá acostumbrado a la persona que hay tras la ventana con la cámara preparada para vulnerar su intimidad.

Paparazzi de petirrojos, la llaman.

Observación.

El petirrojo que visita mi casa es antisocial. En temporadas anteriores, se dejaba ver, se acercaba peligrosamente al humano encandilado y, sobre todo, se dejaba hacer fotos.

Este año, juega conmigo. Lo veo desde la ventana de la cocina. Siempre está visible cuando no tengo la cámara cerca o mis manos no están operativas así que esta mañana, he montado un puesto de observación delante de la ventana. Un taburete, la cámara y paciencia. Lo he visto entre los árboles y volando muy deprisa y en diagonal, sin tiempo para el disparo.

Paciencia.

La mañana es especialmente silenciosa y, mientras espero al petirrojo, me invade una sensación serena. Percibo como debe ser la experiencia de los profesionales de la fotografía de aves. El otro día, vi un reportaje y el fotógrafo explicaba la sensación de calma mientras esperaba en uno de los observatorios naturales y, la satisfacción cuando conseguía las fotografías, bellísimas e impactantes. 

No tiene nada que ver mi cámara (esos teleobjetivos son increíbles), ni el lugar (la naturaleza en su caso, mi cocina en el mío) pero los dos tenemos un taburete y estamos esperando que el pájaro aparezca. Hay un punto de emoción cuando parece que lo puedes enfocar, pero cuando ya casi lo tienes, vuela. Es lo que tiene tener alas.

Paciencia.

Lo detecto entre los árboles. Ahí es dónde debe estar su casa. Una mancha rojiza lo delata, pero no se muestra para la foto. Finalmente, lo pillo. No como me gustaría, pero se aprecia su pecho rojo. 

No se me ha acabado la paciencia, pero si el tiempo de observación. Se me ha agotado la batería y tengo que hacer cosas y, como era previsible y muy al estilo Murphy, cuando paso por delante de la ventana, lo veo perfectamente, muy fotografiable, quieto en una rama, de frente, mirándome directamente. Le hago una foto mental. La única que puedo hacerle…

Pues eso, el petirrojo es antisocial y gamberro. Y lo sabe.

NB: En cambio, el mirlo, que no me interesaba, no ha parado de posar….

No puedes evitar quererlo…

Es el dilema de cada año: llega el petirrojo y nos enamora. 

En el pasado, decidimos no volver a colgar el columpio-comedero porque, además del encantador pajarito, aparecen las tórtolas. Son una pareja de tortolitos, el símbolo del amor de pareja, pero son de un tamaño considerable y, como es lógico, cuando comen lo hacen en relación con ese tamaño. Hay que decir que lo mismo pasa con sus excrementos…

Si los obverso interactuar, veo que las dos especies de aves realizan una danza coordinada, sin violencia, pero cuando le llega el turno al petirrojo es posible que el comedero esté a cero. Así que cada fin de temporada, decidimos que no volveremos a dejar comida, pero un día frío llega el peti. 

Se posa en la caña, que ya le pertenece. 

El primer día, te haces el fuerte. Ya se buscará la vida.

El segundo día, te oye salir y vuelve a la caña. Hay dudas.

El tercer día, te mira. Ya sabe cómo hacerlo, el muy coqueto.

No puedes evitar quererlo…

El cuarto día, ya hemos puesto el columpio-comedero.

Fue bonito mientras duró

Finalmente, hemos creado un problema territorial entre las aves de la zona. Al colgar el comedero para el petirrojo, convocamos a los pájaros autóctonos al bufé libre de agua y semillas. Imposible poner un rótulo con el “Reservado el derecho de admisión”. Es como poner puertas al cielo …

El invento daba para medidas tipo petirrojo /gorriones pero cuando aparecieron las tórtolas , amorosas pero enormes( en vez de “tortolitos” deberíamos decir “tortolazos”) y los mirlos, la cosa se complicó.  

Total, que el invento se ha venido abajo definitivamente. Ya estaba reparado con anterioridad pero , esta vez, la madera se ha partido. Ciao al comedero.

Hemos decidido no sustituirlo para no volver a desequilibrar el hábitat y no provocar más conflictos territoriales.

Fue bonito mientras duró pienso mientras veo al petirrojo y a las tórtolas revoloteando por el lugar, desorientados, buscando algo que ya no está …

Hola.

Ajeno a todo lo nuestro.

The Equalizer.

Que le pregunten al petirrojo de mi casa. Ahí estoy yo, la protectora.

El alpiste del que le proveo está en un área sin fronteras. No hay forma de indicarles a otros pájaros que esa comida es para el petirrojo. Por allí se pasean gorriones y tórtolas. Estas últimas, enormes, comen compulsivamente y dejan el pequeño cuenco vacío en unos minutos. Pero son asustadizas y si intuyen una sombra o un leve movimiento desde la ventana, salen volando.

Así que el petirrojo ha encontrado la fórmula. Cuando estoy en la zona, se acerca a comer, sin temer mi presencia ni mi cercanía. Soy su Equalizer, sabe que no hay peligro ni visitas de otros pájaros. Nos miramos a los ojos con complicidad y él (o ella) come.

Cuando me voy, llegan las tórtolas…

Ya tiene su Spa.

Y llegaron los Reyes Magos y con ellos, los regalos. Para mi sorpresa, se han acordado del petirrojo y me han traído un soporte-comedero-spa.

Ahora, lo puedo ver desde la ventana de la cocina. Y confieso que, me quedo parada frente a esa ventana, en silencio, concentrada, esperando ver al petirrojo aparecer por allí.

Es una relación beneficiosa : él tiene su Spa y yo mi momento de meditación esperando su visita…

Petirrojo 2022 .

Al petirrojo que visita mi casa cada año, lo descubrí en el 2017. Supongo que será familia del primero.

Descubrí que es sociable con otros pájaros, pero muy territorial. Por lo que leo, será raro que lo vea en pareja hasta dentro de unos meses y una vez realizado el cortejo, estos pájaros van muy a lo suyo, en plan independiente. El petirrojo macho deja a la hembra estar en su territorio, pero, después de la cría, tanto la hembra como sus vástagos deben abandonar el nido y buscarse su territorio. Y cada uno, el suyo.

Este año ha vuelto, como de costumbre . No sé si es el mismo, si es macho o hembra, pero tengo claro que mi casa es su territorio.

Y he caído en la trampa y como ya lo considero de la familia,  le he dejado agua y alpiste.

Me ha manipulado sutilmente y ya ha conseguido la pensión completa.

Tregua.

Y el jueves, el ruido diabólico de las obras casi cesó…No hay silencio, pero puedo volver a oír al petirrojo, que había desparecido de mi panorama visual. Ha vuelto a las zonas donde lo veía pararse.

El petirrojo también huyó de las obras estruendosas. Los dos, hemos sufrido una sobredosis de contaminación acústica de la que nos estamos recuperando.

Y no sé si es una tregua o volverán.

Ojalá pudiera volar como el petirrojo.

NB : Creo que está más gordito…