He tropezado con un gato (negro, claro) y he roto un espejo al intentar evitar pasar debajo de la escalera que alguien ha decidido dejar en el pasillo.
En el desayuno, he derramado la sal al darme cuenta que la había puesto en el café.
He dejado unas tijeras abiertas sin querer y también he abierto un paraguas dentro de casa.
Solo falta que , Jason, el gato del vecino, aparezca por el jardín con máscara de hockey y un machete.
En fin, supersticiones tontas de un viernes 13 cualquiera…
Me gustaría que pudierais captar el aroma de este sencillo ramo. No hay casi color: dos capullos de rosa que no huelen a nada, pero… tengo menta, albahaca, romero, salvia y lavanda. Todo recién cortado, con agua y un cubito de hielo.
El perfume de esa mezcla es fresco y embriagador. Me encanta manipular estas hierbas aromáticas, cuando cada semana, las renuevo.
Este ramo es un hábito recurrente. Una manía fragante. No tiene nada de negativo, al revés, pero no deja de ser un ritual personalizado y místico, para intentar que “todo esté bien” en base a una supuesta magia que atribuyo a una acción humana. Que encima, ejecuto yo…
El jarrón lo sitúo junto a una foto familiar en la que hay un ser querido que siempre tiene flores frescas en su casa. Antes, las escogía y las arreglaba ella. Ahora, ya no puede y lo hacen otros, pero, en ese hogar, sigue habiendo un ramo precioso en el salón.
Empecé a poner estos pequeños arreglos florales en mi casa, cuando estuvo en el hospital. Después del alta, lo mantuve como un “hábito recurrente”. Aunque confieso que hay otro motivo, del todo irracional. Lo admito. Será por esas casualidades puñeteras de la vida, pero si hay flores junto a la fotografía, todo va bien.
Llegará el día que todo ese ritual se desmontará, pero, hasta que llegue, me produce una sensación de paz inmensa.
Es más, difícilmente dejaré de hacerlo, aunque la realidad caiga por su propio peso y me arrebate la magia.
Habrá ramo aromático.
Es lo que tiene lo de los hábitos o manías recurrentes y bonitos…