Despertador vecinal.

No me preocupa que no funcione la alarma del móvil o el despertador.

Cada día, a las ocho de la mañana ( que ahora son las siete), un vecino/a del barrio prepara un café aromático que se cuela por mi ventana y me despierta.

Dicen que el olfato sigue activo mientras duermes y el mío, detecta la señal para iniciar la rutina matinal.

No sé de dónde viene pero no puede estar lejos.

Es una parte del inicio del día, después viene el sonido de una persiana abriéndose, siempre la misma.

Y a empezar…

Buenos días!

Que acaben pronto…

Ya no me hace falta despertador. Ni se me pegan las sábanas. Me despierto pronto, muy pronto. El ruido de las obras de varios vecinos, realizadas simultáneamente por cosas del azar, me hace abrir los ojos cada mañana, sobresaltada por el martilleo, el sonido raspante de la sierra eléctrica y la increíble percusión atronadora del taladro.

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Quedan lejos los días en los que lo único que me hacía avanzar la hora del despertar matutino,  era el olor de café de algún vecino muy madrugador que entraba por la ventana abierta. Aunque estuviera dormida, mi cerebro detectaba el aroma del café recién hecho con una cafetera Oroley ( cafetera italiana o moka). La de toda la vida, no como las de ahora, de espresso y cappuccino increíbles, pero sin permanencia del aroma a café. Me lleva a tiempos felices. Me recuerda a la cafetera de mi infancia, a cuando oía el borboteo y aquel perfume invadía toda la casa. A lo lejos, oía trajinar a mi madre y la radio, con “Protagonistas” de Luis del Olmo de fondo.

Una rutina armoniosa de inicio del día totalmente opuesta a la de ahora, en la que, mientras tomo mi café , tengo deseos irrefrenables de ir a decirle algo a quien maneja ese taladro…