
¿Recordáis las viejas postales? Fijaos que digo viejas, aunque sería más apropiado decir esas postales en desuso, pero no puedo evitar pensar que ya son de otro tiempo, de otra forma de vivir.
El otro día vi a unas turistas , comprando postales . Ya me pareció raro verlas curioseando, emocionadas con lo que había en el expositor rotatorio: postales. Tras elegir unas cuantas, preguntaron dónde podían comprar sellos…

O sea: iban a escribir una postal y enviarla por correo.
Recuerdo aquellos viajes en los que uno se afanaba en la elección y en el texto. Aquella sensación triunfal de poder decir “Yo he estado aquí y me lo estoy pasando muy bien” (no existen muchas en las que se escriba lo contrario), y esas jugadas de Correos que permitían que tú llegaras mucho antes que la postal a su destino.
También me llega esa alegría al recibir las de los otros. Primero mirabas el remitente y te leías aquellas líneas. Después, le dabas la vuelta y admirabas esas imágenes de Florencia o de alguna playa caribeña.

Ahora te comunicas de otra forma. Haces una foto con tu iPhone y la envías por WhatsApp. Publicas en Instagram, Facebook o X, o actualizas tu blog, casi haciendo una crónica en directo del viaje. Todo es más fácil, más rápido.
La tecnología nos ha permitido entrar más en el detalle e, incluso, ampliar la lista de destinatarios. Pero en el camino, hemos perdido el ritual. Algo había que sacrificar…

Dejadme que lo idealice: pasas un buen rato eligiendo las imágenes que describen el paraíso en el que estás (en las postales, todo es muy bonito). Compras los sellos y te vas a un pequeño bar en la playa. Allí distribuyes las postales y escribes. Piensas lo que vas a poner y lo haces con cuidado, sin equivocarte. Cada una tiene un mensaje diferente, y es posible que en alguna incluyas un dibujito.
Piensas en las personas a las que se las vas a enviar y les dedicas tu tiempo y tu cariño.
Una vez las tienes preparadas, pones los sellos (si puedes, pedirás un vasito de agua para humedecerlos; sabemos que si los chupas, te queda un sabor desagradable en la lengua) y los vas colocando, sabiendo que harán su trabajo y las transportarán por esos mundos postales hasta llegar al lugar indicado.
Y sabes que quien la reciba detectará tu afecto en el momento en que vea esa firma enrevesada y ese:
“Nos lo estamos pasando muy bien. Esto es precioso”.

El ritual ha pasado a ser a golpe de clic y teclado táctil. Es lo que toca en este tiempo digital aunque, como pude ver el otro día, la postal se niega a desaparecer.
Decido que, en mi próximo viaje, reivindicaré la postal manuscrita. Ya verás qué sorpresa se llevan algunos.

✉️ ¿Y tú? ¿Cuándo fue la última vez que escribiste una postal?
…

En 2016 envié una postal a mi ahijado afgano desde Viena, para que sus vecinos del alojamiento de refugiados se sorprendieran y él practicase a leer. Pero el servicio de correos austriaco no puso un sello normal sino una pegatina tan larga que daba la vuelta y tapaba parte de la foto…
Esa fue mi última postal.
Increíble ! Los de correos , para hacérselo mirar…un abrazo!