Cupido va a terapia.(III)

Al día siguiente, me descubro como el ser más tonto del planeta: estoy esperando a mi próximo paciente. Cupido.  

He dormido bien y me siento más serena, pero admito que algo no anda bien. Es posible que sí esté loca… Lo primero que vi esta mañana fue la pluma sobre la mesita. Medio dormida, mi reacción fue creer en Cupido. Y aquí estoy, esperándolo.  

Suena el timbre. *Flop-flop.*  

Sonrío. Al final, no voy a estar tan mal.  

Abro la puerta y el niño rechoncho, con los ojos vendados, entra dando tumbos. Ayer me pareció más ágil, más armónico… Uf. Casi choca contra la columna. Sobrevuela mi despacho y esta vez elige un hueco entre los libros de la estantería. Las alas hacen un último *flop-flop* antes de acomodarse.  

—No se lo va a creer, doctora. Acabo de chocar contra un dron. Maldita moda y maldita tecnología. Ahora que ya esquivo a las palomas con facilidad, aparecen los drones… Me voy a quedar aquí. Ayer, ese respaldo me dejó el culo hecho polvo.  

Cojo mi libreta, mi bolígrafo y mi iPad, que he puesto en modo de video y está grabándolo todo. Me siento menos loca si tengo pruebas.  

Cupido empieza su monólogo. No me hace caso. Solo quiere hablar.  

Se siente un hombre atrapado en el cuerpo de un niño. Ha perdido al amor de su vida. Está condenado a vagar por la Tierra como un ángel gordito, ciego y violento (disparar flechas no es precisamente pacífico). Además, teme que las nuevas tecnologías lo desplacen hasta convertirlo en un personaje inútil.  

—Yo creo que el amor nunca morirá. Moriremos los humanos, pero no el amor. Sobrevive a todo. Está presente en diferentes formas y tiempos. Siempre tendrás tu papel, Cupido.  

Me sale la vena romántico-filosófica.  

No lo convenzo.  

—El 14 de febrero se celebra San Valentín. ¡San Valentín! No el Día de Cupido. No. Me usan solo como icono y cuando les conviene. Todos están por San Valentín. Eso es intrusismo profesional. Y grave. Yo soy hijo de dioses romanos. San Valentín, en cambio, es un farsante.  

—¿Farsante?  

Esto se pone interesante.  

Cupido, rechoncho y alado, se siente amenazado por un mártir de la Iglesia. ¿Manía persecutoria? Lo apunto en mi libreta.  

—Sí. Un farsante. Todo es culpa del Papa Gelasio I. Ese nombre no lo olvidaré jamás…  

Las alitas se mueven rápidamente. *Flop-flop, flop-flop.*  

—Gelasio I diseñó un plan de marketing en el año 498 y se inventó a San Valentín. Y digo «inventó» porque en 1969 la Iglesia eliminó su celebración del calendario litúrgico por falta de pruebas sobre su existencia. Una leyenda. ¡Un golpe maestro de posicionamiento de marca!  

Respira hondo. Sus alas tiemblan.  

—En el año 498, ¿qué mejor manera de eliminar la Fiesta de las Lupercales —pagana y anticristiana— que forjar la historia de un mártir ligado al amor? Así nació San Valentín. Según la leyenda, lo mataron por casar cristianos en secreto, desafiando a Claudio II. Devolvió la vista a la hija de su carcelero y… ¡Bam! Santo. Mártir. Leyenda.  

Toma aire. Se ajusta la venda y sigue.  

—Luego vinieron los americanos. En 1840, Esther A. Howland le dio el toque comercial. ¿Amor? ¿Día del amor? ¡Pues vendamos tarjetas! Y ahí nació el *Valentine’s Day*. Desde entonces, todos se intercambian cupidos, corazones y «I love you». Me usan como adorno, incluso se disfrazan de mí, pero todos celebran San Valentín. No *Cupido’s Day*.  

—No sabía nada de Gelasio I —reconozco—, pero tu figura es atemporal. Cupido actúa 365 días al año. San Valentín es solo un día.  

Se queda pensativo. *Flop-flop.*  

Miro el reloj. Se ha acabado el tiempo.  

—Cupido, nuestra sesión ha terminado. ¿Mañana a la misma hora?  

Asiente.  

—¿Podrías salir volando por la ventana? El paciente en la sala de espera cree que lo persiguen extraterrestres y no quiero que… empeore.  

—No hay problema. Hasta mañana, doctora.  

Abre la ventana y desaparece en el cielo.  

Veo el iPad. Le doy al *play*.  

(Continuará…)

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