Esparciendo… (El Original)

No había  forma de saber que es lo que hacía aquella mujer de la bicicleta rosa. En la parte posterior , había colocado una preciosa cesta de mimbre blanco en la que no había nada. Por lo menos, no había nada que pudiéramos ver los demás…Cada mañana, pasaba pedaleando por delante de mi ventana y si era verano y la había abierto, la brisa me traía un dulce aroma…como el de la canela, el azúcar , el caramelo… Se sentaba muy erguida lo que le daba una apariencia regia que quedaba absolutamente distorsionada por esa alegre cancioncilla que canturreaba o silbaba, según la mañana.

Yo pensaba que iba a algún lugar pero , al poco tiempo de vivir en el vecindario descubrí que daba vueltas en círculo. Era raro, sí, pero la mujer era tan agradable y  el aroma tan delicioso que todos nos acostumbramos a la mujer de la bici rosa que pasaba por delante de nuestras casas, a intérvalos de veinte minutos . ¡Qué diera vueltas! ¡Qué más daba!

Cuando se paraba lo hacía para descansar y…para comprobar que en el interior de la cesta todo estaba en orden. La primera vez que la ví observando su cesta vacía, no me atreví a preguntar  : ¿Qué miras, si ahí no hay nada? pero, claro, en la vigésima ocasión no pude más .  ¡Hasta miré en el interior por si había algo tan minúsculo que no podíamos verlo!

-Llevo mi amor. – me contestó con aquella sonrisa brillante.- Creo que al salir de casa, podía haber aquí más de una tonelada de amor – Miró su cesta, introdujo la mano en el vacío y la agitó suavemente, cómo si acariciara algo. Bueno, algo no. Su amor.- Ahora me deben quedar, no sé… ¿Veinte kilos?. Ya estoy acabándolo.

Ya . Tu amor. – Ya se sabe. Lo mejor es no preguntar pero una vez ya te has metido en la faena… – ¿Y qué le pasa a tu amor? ¿Mengua?– Si , debo admitir que fuí un poco irónica con la señora de la bici rosa pero, claro, me estaba diciendo que tenía una tonelada y que tras su paseo circular, le quedaban veinte kilos. Eso, requería una explicación.

-. ¡No! Mi amor no mengua… Lo esparzo.– me dijo ella mirándome con incredulidad- ¿Qué no lo ves?. Está en las calles, en los árboles, en los semáforos, en las aceras, en …

– Ehhh.. No lo veo. – Y, de verdad, no lo veía aunque… ¿lo estaba oliendo?– …pero huele muy bien cuando pasas por aquí.

Gracias, es mi amor que , hoy,  huele a Vainilla Salvaje. – Vale. Llegado a este punto de la conversación, creí acertado despedirme de la mujer . Su locura , aunque encantadora, me producía una tristeza intensa, casi líquida…pero no tuve ocasión. Fue ella la que se subió en su bici y, cual Reina de las Bicicletas Rosas, me lanzó un beso con la mano y me dijo :  Hay un montoncito debajo de tu ventana, por si lo necesitas

Seguí viéndola pasar por mi ventana . Me sonreía con cariño y yo le devolvía la sonrisa. Cuando se alejaba, debía sacudirme esa extraña sensación de pena que sentía por ella.

Pero una mañana ocurrió algo extraordinario. Un apuesto caballero llamó a mi puerta.

¿Es suyo este montoncito de amor que hay bajo su ventana?.– me preguntó con una mirada brillante.

– No, no es mío. Es de la señora de la bici rosa. Es la que lo esparce. – Pensé que me estaba volviendo loca, igual que ella. Le estaba diciendo a ese hombre…

¿Y dónde puedo encontrarla?- interrumpió mis pensamientos con una sonrisa que me desarmó por completo.Miré mi reloj y calculé cuantos minutos tardaría la señora de la bici rosa en pasar por mi ventana.

En cinco minutos, pasará por esta calle- le dije.

El encuentro de esas dos personas fue delicioso. El aroma a Vainilla saturaba el ambiente.  La señora de la bici rosa fue desacelerando el pedaleo cuando vió al hombre que me acompañaba. Se paró, puso el caballete y se lanzó a sus brazos. Se besaron y se abrazaron sin dejar de reír.

¡Has encontrado mi amor!- le susurraba ella, colgada a su cuello.

Llevo siguiendo este rastro de luz toda mi vida. Casi no podía creerlo cuando he visto tu amor en las aceras, en los árboles… Incluso hay un montoncito debajo de esta ventana…– le decía él, embriagado de felicidad.

Me regalaron la bici  y se fueron paseando, cogidos del brazo, calle abajo. Nunca más los he vuelto a ver. Antes de partir, la mujer de la bici rosa, me dijo cómo debía esparcir mi amor.

Y, la verdad, no le hice caso…al principio. Continué con mi vida , abriendo mi ventana por las mañanas , echando de menos el sonido del pedaleo y esos efluvios de dulzura hasta que una de esas mañanas… ¡Lo ví!. Ví el montoncito de diminutos corazones rojos, amontanados bajo mi ventana…

Bajé al trastero y cogí la bici. La cesta estaba repleta de amor. Había más en el trastero y en mis armarios… Llené la cesta y salí a la calle.

Soy esa mujer que pasa por delante de tu puerta. Esa que no sabes que es lo que lleva en su cesta. La extraña loca que pedalea en circulos…

Pero, no te preocupes. He dejado un montoncito bajo tu ventana.

 

 

N. B : Lo que dan de sí las almohadas, oye….

 

 

 

 

 

 

 

13 pensamientos en “Esparciendo… (El Original)

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  2. Hermoso post, que bueno.. hace que ahora me sienta.. amorosa. Repartir amor, dice que nunca resta, sino al contrario, que cuanto más dás, más recibes.

    Es un hermoso post, amorosamente escrito.

    :)

  3. Qué relato más bonito…qué delicadez y qué deseos de cruzarme con esa personita que reparte AMOR. Gracias or un texto tan delicioso. Besos y buneos días

  4. Jo, que cuento mas bonito. ¿Existen los cojines de verdad y con esos dibujos se te ha ocurrido la historia? Sea como sea, me ha encantado.
    Chao «niña»
    Ana

  5. Hacía días que no paseaba por tu playa. ¡Qué paseo más evocador!, ¡Qué fundas más chulas!, ¡Qué triste que solo a los locos los creamos capaces de repatir amor sin pedir nada, y con alegría! Menos mal que la señora tuvo su recompensa en forma de enamorado y una discípula que siguiera con sus pedaleos.
    Gracias por transmitir cosas tan agradables.
    Besotes.

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