El grillo.

Todas las noches de esta semana me acompaña un grillo. Es un sonido que no invade, que deja espacio , que reconforta aunque sea un chirrido.

En verano era otra historia. Entonces eran las cigarras, con ese zumbido implacable que lo que llenaba todo. No había silencio, ni respiro. Como si quisieran recordar que el calor no perdona. Aquello no era compañía o evocación veraniega, era estruendo.

Quizá por eso ahora agradezco tanto al grillo. Porque su voz no me molesta. Porque no me recuerda al calor que aplasta, sino a la calma que queda cuando por fin refresca.

Me gusta este inicio de este otoño…

Estar.

Cuando te preguntan ¿Cómo han ido las vacaciones? ¿Qué has hecho? , parece que sea obligatorio responder habiendo exprimido estos días al máximo , haciendo muchas cosas, viendo muchas cosas, en un continuo movimiento sanador post pandémico ( aunque sepamos que esto no ha acabado y de “post” no tiene nada). Pero este año, voy a responder que este verano “he estado”.

Es un estar consciente con el matiz más zen de la palabra. Sumergidos en los paisajes, en la calma.

Casi como un Síndrome de Stendhal suave.

¿Qué has hecho este verano?

Estar.