Año 2090
El hombre más rico del planeta acaba de cosechar una lechuga de su huerto. Disfrutar de una lechuga fresca, crujiente y llena de sabor es un privilegio. Una pizca de sal y unas gotas de aceite de oliva virgen, producido por la cooperativa del pueblo, bastan para elevar la experiencia al más alto nivel.
Ricos como él, ahora son la mayoría.

El mundo se perdió entre algoritmos y concentración de poder. Los más influyentes quedaron atrapados en un entorno artificial, mientras el 98% de la población luchaba por cubrir las necesidades básicas de una sociedad desarrollada y democrática.
Durante siglos, el péndulo osciló de un lado a otro. Un movimiento constante entre posturas conservadoras y progresistas, centralistas y descentralizadoras, intervencionistas y liberales.

Esta vez, la ley del péndulo en la historia política llevó la situación de un extremo a otro. Se pasó de posiciones radicalmente opuestas: unos planificaban cómo ganar más dinero, acumular poder e irse a otro planeta; otros solo buscaban cómo sobrevivir.
Ganaron quienes querían sobrevivir. Eran muchos más. Demasiados para ser dominados por tan pocos. Triunfaron quienes se alejaron del ruido, la violencia, las guerras y los conflictos. Quienes renunciaron a las redes sociales y sus algoritmos. Ganaron los que formaron comunidad, cultivaron sus alimentos, protegieron la naturaleza y recorrieron montañas y playas.
Y vencieron porque aprendieron a no necesitar más que una lechuga fresca y sabrosa para sentirse las personas más ricas del mundo.

La lechuga se ha convertido en un bien de valor incalculable porque no es solo una lechuga. Es una actitud, y hacerse rico en actitud es un desafío. No se puede comprar.
Por ahora, el péndulo permanece inmóvil, aunque todos sabemos que volverá a oscilar. Solo queda esperar hacia dónde nos llevará…











































