Nuestro cuerpo es un ingenioso artefacto capaz de hacer cosas maravillosas, pero… algo está fallando en el tema de la termorregulación, o homeostasis.
La termorregulación, o homeostasis, es la capacidad que tiene nuestro organismo para regular su temperatura. El objetivo del sistema es mantener el cuerpo entre 35 y 37 °C. A esta temperatura, el cerebro se encuentra en su zona de confort y puede controlar las funciones metabólicas fundamentales.
Si detecta que nuestra piel está por encima de ese rango, se activan los sistemas de “refrigeración”: sudamos, nos ponemos rojos (vasodilatación periférica: los capilares y vasos sanguíneos se ensanchan hacia la zona más externa del organismo para liberar el calor) y nos ralentizamos para consumir menos energía…
Debemos cooperar para ayudar a nuestro “sistema de refrigeración”: buscamos la sombra, el agua fresca, los baños refrescantes… Sobrellevándolo.
Y así estamos estos días, con la termorregulación loca…
Parecen irreales, como si viéramos capítulos de una serie de éxito, con grandes efectos especiales. Una de esas distópicas, repleta de tópicos recurrentes:
Ocurren cosas que, al principio, parecen insignificantes.
Los protagonistas se acostumbran a guerras y cadáveres, incluso de niños.
El planeta sigue consumiéndose sin que nadie logre detener su degradación.
Locos y payasos llegan al poder. La gente observa, pasiva, consciente de que debe actuar como sociedad, como humanidad, pero no lo hace. No sabe cómo. Solo mira. Incrédula.
Anuncian que un meteorito se acerca a la Tierra con cierta probabilidad de impacto.
La probabilidad aumenta.
Mientras siguen en sus guerras , carecen de tecnología para evitar la colisión, como hizo Bruce Willis, en Armageddon.
El meteorito impacta.
La humanidad se extingue.
El planeta renace. Surge otra humanidad, teóricamente más consciente y feliz.
Me viene a la cabeza el dicho: La realidad supera la ficción. Y así estamos. Los eventos reales pueden resultar más sorprendentes, inverosímiles o impactantes que cualquier historia imaginada.
De nuevo, recurro al querido Bruce . Necesitamos un giro de guion urgente y contundente, como en El sexto sentido, para que esta temporada de nuestra serie tenga un final verdaderamente bueno. Bueno para todos.
Dicen en la radio que mañana hará frío. Hablan de “temperaturas invernales”. Lo escucho mientras ordeno un armario y decido qué hacer con los jerséis de lana que no uso desde hace tiempo.
Ocupan demasiado espacio y, con el clima actual, dudo que el invierno vuelva a Barcelona. Antes era un invierno suave, pero al menos ofrecía días para llevar lana, bufanda y abrigo. Ahora es un invierno que te invita a comer en la terraza de un restaurante, con el sol tibio que aún calienta y una temperatura de 19 ºC en pleno enero.
Abrigos y bufandas están ahí, olvidados. En una esquina del armario, la de invierno, en una ciudad donde el invierno apenas existe.
Algunas prendas se salvarán. Los viajes ocasionales al frío verdadero serán su salvoconducto. Pero la mayoría, por ahora, irá a unas cajas. Les pondré un rótulo para identificarlas: jerséis de lana en peligro de extinción.
Sí. Ha sido el mayor éxito de ventas a nivel mundial de un producto de consumo masivo. Supera todas las expectativas. Todo comenzó el Halloween pasado, con la aparición de un disfraz compuesto de una chaqueta y una máscara blanca. De la máscara no se sabe nada, pero la chaqueta —como se descubrió después— otorgaba a quien la vistiera la actitud de la «indiferencia».
La indiferencia es la falta de interés o preocupación ante algo o alguien; es la ausencia de reacción. Esta actitud puede considerarse negativa o positiva, según el contexto. Si lo que hay es una falta de empatía ante, por ejemplo, el sufrimiento humano o la injusticia social, esta actitud es un defecto. En cambio, si mostramos indiferencia ante críticas destructivas o provocaciones, estamos haciendo gala de un gran equilibrio emocional. En ese caso, la indiferencia es una cualidad.
El equipo de marketing encargado de promocionar la chaqueta en medios digitales, redes sociales, medios físicos y convencionales como la televisión y la radio, adoptó un eslogan estoico: «No hay que preocuparse por las cosas que no podemos controlar. La indiferencia es muestra de sabiduría». Lo que pasa es que lo pronunciaba Brad Pitt, y la chaqueta se empezó a vender como churros.
Mi vecino, el que reciclaba hasta el último resto de material orgánico e inorgánico que entraba en su casa, se la compró. Había invertido sus ahorros en placas solares, en un coche eléctrico y en siete cubos de clasificación para reciclar. Jamás utilizaba bolsas de plástico e intentaba gastar la mínima cantidad de agua, siguiendo las recomendaciones del gobierno ante la alerta de sequía… Ahora ya no lo veía en los contenedores con sus bolsas separadas, y llevaba una moto que rugía al arrancar.
Cuando le pregunté por qué se había comprado la chaqueta, me respondió que, aunque él se preocupara por el planeta, era tal la cantidad de seres humanos que no lo hacían que su aportación, tan minúscula, no iba a servir de nada. Así que, mejor ser indiferente. La moto era un sueño de juventud.
«La población tiene la sensación generalizada de que lo que pasa en el planeta escapa a su control. No sirven los sacrificios personales, las grandes manifestaciones, las huelgas, ni las elecciones en los países que lo permiten. Las decisiones las toman otros, por todos los demás. El calentamiento del planeta sigue in crescendo, las guerras no se detienen, la desigualdad económica se hace más extrema, las sociedades se polarizan… Ni siquiera la esperanza en las generaciones futuras detiene esta sensación de que esto ya se nos ha ido de las manos hace tiempo». Me lo dijo tan convencido que casi me la compro.
Vuelve a ser el disfraz más vendido para Halloween.
Este año, el anuncio de la chaqueta es espectacular. La lleva puesta un tal Epicteto, un filósofo estoico, que, mirando directamente a cámara, dice: “No son las cosas las que nos perturban, sino la opinión que tenemos de ellas.»
Pero a mí la chaqueta me da miedo. Yo tengo «opiniones» y me preocupa que controlen mi indiferencia, que decidan a qué estímulos debo responder y quién lo hace. No se lo he dicho a mi vecino, que ya parece de una secta, pero en un acto heroico he pegado un mensaje en el tablón de anuncios de la comunidad y en el ascensor:
«El mundo es un lugar peligroso, no por aquellos que hacen el mal, sino por aquellos que miran sin hacer nada con indiferencia». —Albert Einstein.
De momento, no me compro la chaqueta. Y digo «de momento» porque ya he leído que pronto será obligatoria.
Voy a disfrazarme de elefante rosa iluso, como el año pasado, mientras pueda o hasta que me sea indiferente…
Los jerséis que tejía mi abuela, que estrenaba este mes, hoy en día, me provocarían un golpe de calor.
Es la misma fecha pero ya no es el mismo tiempo…
El cambio climático , que algunos aún niegan, ha provocado un desajuste estacional. Un embrollo. Habrá que cambiar el nombre a las lunas llenas y avisar a la cigarra. Esa querida acompañante que ha estado todo el verano haciendo ruido bajo mi ventana y que ya creí difunta o aletargada, sigue con su melodía, en este 22 de octubre. Se le está haciendo largo y no sabe que sufre de desajuste estacional.
Cuando los veo, aunque ya sean viejos conocidos de décadas, siempre encuentro algo que cambia, algo diferente que me hace volver a fotografiarlos. Tonalidades, texturas, luces y sombras, …
Pero al mirar el campo esta vez, he pensado en esas lluvias que no llegan o que si llegan son escasas. Y que todo ese verde oxigenante, se irá secando y pasará a tonos ocres y marrones.