La belleza.

La simetría que nos brinda la naturaleza es un lenguaje matemático (que yo no entiendo, pero percibo) integrado en nuestra vida, que —de conocerse en su totalidad y alcance— quizá esconda secretos muy importantes.

En la naturaleza nada ocurre sin razón. Todo tiene su porqué y su funcionalidad. Todo sirve para algo, aunque muchas veces no sepamos para qué…

Si observamos las semillas de este girasol, vemos que están perfectamente distribuidas, siguiendo una secuencia y una proporción. Increíblemente perfectas.

Al mirar esta composición simétrica y asombrosamente bella, estás observando una sucesión matemática que se repite en el mundo vegetal… y por todas partes.

Forma una serie de números en la que cada término es la suma de los dos anteriores (por ejemplo: 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144, 233…) y se denomina, en términos matemáticos, sucesión de Fibonacci.

Vale. Me imagino a Fibonacci, alucinando, cuando se hizo evidente que esa secuencia se repetía sin cesar: en las plantas, en las telarañas, en las caracolas, en las colmenas… y preguntándose: ¿por qué siempre esta sucesión matemática?

Parece ser que, después de milenios de evolución, las plantas acomodan sus semillas de esta forma, logrando introducir una mayor cantidad en el mismo espacio, «economizando» valiosos recursos; pero por qué lo hacen siguiendo la sucesión de Fibonacci sigue siendo un misterio…

Esto de Fibonacci no acaba aquí. Los cocientes sucesivos alcanzan —o, mejor dicho, tienden a— un número concreto (1,618033989…). El phi, número áureo, portador de la «divina proporción».

Confieso que aquí ya me pierdo, y lo que hago es un acto de fe. Bueno, mejor, un acto de phi. Este número, estudiado por los renacentistas, los tenía impresionados, pues lo consideraban el ideal de la belleza; en concreto, la espiral áurea.

Espiral áurea: la razón de crecimiento es Φ, es decir, la razón dorada o phi.
(√5 + 1) ÷ 2 ≈ 1,6180339887

Esto es belleza.

Un honor.

Nos avisan de que en la casa del pueblo hay dos enjambres. El primero, en lo alto , entre la fachada y el interior: el tejado vibra con un ir y venir de abejas. Hace tiempo que vemos el trasiego pero como nunca han accedido a la vivienda y están en las alturas, nos acostumbramos a verlas. Este año, han llamado la atención de los que van un par de semanas al pueblo. El segundo enjambre ocupa el pequeño granero que, en los últimos años, se convirtió en taller de cucharas y utensilios de boj. Allí no podemos entrar.

El pueblo está aislado; quienes quedan han movido hilos, pero ya no hay nadie cerca que pueda sacar los enjambres. Tras varias llamadas, doy con una asociación de apicultores. A los dos días me telefonea un joven: me sugiere que, si el de lo alto no molesta, no lo toque. «Déjalas. Es un honor tenerlas en casa», dice. Me pide que le envíe un vídeo del granero para intentar salvar y trasladar el otro.

Quien se ocupaba del taller —apicultor aficionado— le habría gustado esa opción. Pienso en él y en los mayores que nos han dejado. Entendían la naturaleza y el pueblo, y cuidaban ambas cosas. Tenían un acuerdo entre amigos con un vecino que tenía caballos: dejaban que los caballos estuvieran en uno de los campos, porque así se limpiaba el terreno de rastrojos y maleza. Cuando los herederos empezaron a gestionar todos aquellos asuntos desde Madrid, Bilbao, Zaragoza y Barcelona, pensaron que era una buena opción alquilarle el campo al vecino de los caballos. Él apeló a su acuerdo con los abuelos, pero no hubo consenso y se llevaron los animales a otro campo. Ahora nosotros, urbanitas de despacho, tenemos que ocuparnos de que alguien desbroce las eras para minimizar el riesgo de incendio.

En el grupo de WhatsApp de la familia les explico mi conversación con el joven apicultor: las abejas del tejado no nos van a molestar. Y es un honor.

Llegan las respuestas.

Me temo que ocurrirá como con los caballos…

Fotos fáciles.

En el campo , las fotos son fáciles porque la realidad es bonita.

Solo hay que encuadrar y disparar.

No hacen falta filtros.

Texturas , colores y aromas, que aunque no se vean, se intuyen. Todo está ahí.

Así que apagas la cámara y te dedicas a contemplar…

El perfume más antiguo del mundo.

¡Por fin ha llovido!
Ha sido algo rápido. Primero, el sol y ese calor asfixiante que nos acompaña en los últimos días. De repente, la luz ha desaparecido, han surgido nubarrones negros de la nada y ha empezado a llover con fuerza, acompañada de viento.

La lluvia ha durado un buen rato. Cuando ha cesado, el ambiente se sentía mucho más fresco, algo que he agradecido casi con una danza tribal espontánea. Estaba en el campo, así que también he percibido ese olor intenso, casi eléctrico, que llega justo después de la lluvia.

Ese aroma maravilloso se llama petricor. Aún no está recogido oficialmente por la RAE, pero aparece en su lista de neologismos en uso habitual. No la había oído nunca…

El término petricor fue acuñado en 1964 por dos investigadores australianos. Describe el olor agradable que se libera cuando la lluvia cae sobre suelo seco. Ese perfume, tan evocador, se debe a una combinación de aceites vegetales y a una sustancia llamada geosmina, producida por bacterias del suelo.

Sí, este aroma tan característico se lo debemos a una bacteria.

Estas bacterias viven en la tierra y, al descomponer materia orgánica, generan moléculas que se liberan al aire con la lluvia. Entre ellas, la geosmina, con su olor fuerte, terroso, inconfundible.

No es perjudicial para el ser humano. De hecho, tenemos una relación extrañamente íntima con la geosmina: somos capaces de detectarla incluso en concentraciones ínfimas. Evolutivamente, se cree que esta sensibilidad nos ayudaba a localizar agua o tierras fértiles tras la lluvia.

Como curiosidad, los camellos y otros animales del desierto pueden oler la geosmina a kilómetros de distancia, guiándose por su aroma para encontrar agua o zonas húmedas.

Un escritor te diría que es uno de los perfumes más antiguos del planeta: una exhalación mineral, un toque de tierra viva que reconforta.
La ciencia te dirá que es la liberación de geosmina.

Sea como sea, es una maravilla.


Cola de pavo.

Caminando por la naturaleza, me encuentro este hongo, en un tocón de un árbol ya desaparecido.

Prácticamente cubre los restos del tronco. Su forma y color llama la atención. Es el llamado Trametes versicolor o Cola de Pavo, un hongo saprófito. 

“Saprófito” no suena muy bien. 

Es un término biológico que se utiliza para describir organismos que se nutren descomponiendo materia orgánica muerta. Lo dicho, suena mal, pero funciona bien. Está ayudando a reciclar nutrientes y facilitando la degradación de la materia orgánica que si no sería basura acumulada. Como la que generamos nosotros y vamos dejando en los contenedores.  Su función está encajada con precisión en el ciclo natural, que es de una perfección absoluta. Está nutriéndose de la madera inservible…

Además, forma parte del botiquín de recursos naturales que el ecosistema pone a nuestra disposición. Resulta que este hongo, contiene compuestos bioactivos, como polisacáridos (PSK) y péptidos polisacáridos proteoglicanos (PSP) con una gran variedad de beneficios para la salud, incluyendo propiedades antioxidantes y antiinflamatorias.  Se utiliza en la medicina tradicional de algunas culturas (China, Japón) y se está investigado su potencial en tratamientos médicos ya que estimula el sistema inmunológico.

O sea, vas caminando por el bosque y te encuentras este hongo que no solo está limpiando su entorno y proporcionando nutrientes si no que, además, se puede convertir en un remedio curativo y beneficioso para la salud.

Será saprófito pero tiene todo el derecho a presumir como un pavo real..

El secreto de la araña.

Me gustó como la luz, jugaba con esta pieza. Formaba parte de un móvil que estaba colgado en un árbol… El sol lo hacía brillar . Llamaba la atención y… justamente, pasaba yo por ahí con mi cámara…

Imagen

Hice varias fotos y, finalmente, me acerqué. Vi que el móvil estaba un poco deteriorado por los efectos de la lluvia (escasa, ahora) y el viento y observé, también, que tenía unos finos hilos de una tela de araña. Recuerdo que pensé que estropearía la belleza de esa flor radiante pero, al editar la foto, lo que más me ha gustó fue  la definición de esos hilos de naturaleza orgánica que son de seda…

Son hilos de seguridad para los desplazamientos de la araña que ,supongo, vive en ese árbol.  Parecen muy frágiles, pero no lo son. Todo lo contrario, esto que veis es un prodigio tecnológico: son las fibras más resistentes conocidas hoy en día. Están realizadas con un material de gran resistencia mecánica que se asemeja al acero y , a la vez ( cosa que no suele darse simultáneamente) tiene una gran capacidad de deformación:  se puede estirar hasta 10 veces su longitud.

flor

La arañas del planeta se niegan colaborar y decir como hacen la tela , es por eso que estos finos hilos que se perciben en la foto,  están intentando ser  recreados en muchos  laboratorios y Universidades en el mundo…Ahí  es nada…

NB1 : El  diámetro de los hilos oscila entre 2 y 3 mm (aproximadamente una décima parte de un cabello humano)

Sobramos.

El mundo se pelea y mientras lo hace, sigue saliendo la luna cada noche. Y mañana, de nuevo, el sol. Y la vida seguirá, inamovible, en su ciclo perfecto.

Por mucho que la humanidad se vaya complicando la existencia, sin saber que lo importante no es lo que creemos importante, los pájaros nocturnos de junio seguirán con su melodioso jolgorio, las mariposas aparecerán con la luz, el lagarto aprovechará el sol y las flores estarán preciosas, dándolo todo a las escasas abejas que aparecerán por allí.

Se intuye que sobramos…

Hay una falsa…

Foto de Vincent van Zalinge en Unsplash

Urbanitas en el campo. 

Vemos un árbol lleno de mariquitas. ¡Qué monas! ¿no? Voy a hacer unas fotos. Hay mucho sol directo y me deslumbra. Cuando me acerco, cientos de mariquitas vuelan y se dispersan asustadas. Miro hacia arriba: el árbol está lleno. Hay muchísimas. Una colonia de mariquitas. 

¡Qué monas! ¿no?

En mi mente, tengo almacenada la información de que son insectos muy beneficiosos. Incluso, se utilizan como eliminadores naturales de plagas en árboles frutales, ya que se comen el pulgón. Y se ve que son muy voraces con lo que limpian los árboles de posibles intrusos. No hay que tocar las mariquitas… Pienso en el árbol que tengo delante : estará encantado de la vida… Me aparto del sol para ver la pantalla de la cámara. Me cuesta enfocar bien, hay un exceso de luz. Reviso las pocas fotos que he hecho y hago un zoom. Veo que las hojas están mordidas. Vorazmente. Muchas de ellas, casi desaparecidas.

Presto atención a las mariquitas. Hay muchas de ellas. La gran mayoría en plena fiesta sexual. Las otras, comiendo hojas. Muchas, muchas. ¿Qué monas? No sé, no son como mi mente urbanita las recuerda.

Y, parecen más alargaditas. ¿Son mariquitas?

Entonces, en San Google, encuentro la respuesta.

Los dos son insectos coleópteros. Queda más bonito escribir “coleóptero” pero los dos son variedades de escarabajo. 

Una es la Coccinellidae, la redondita. La mona.

Foto de Claude Laprise en Unsplash

La otra es la Lachnaia, la alargadita. A la que le he hecho las fotos.Se denomina escarabajo de las hojas o falsa mariquita. Es una especie fitófaga: se alimenta de tejidos vegetales y se va a comer ese árbol…

Así que tenedlo en cuenta. No hay que equivocarse. Las dos son escarabajos, pero uno se come a los bichos y el otro se da un festín de hojas.

Nota : La urbanita avisó al propietario del árbol y ya lo están tratando… ; – )

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Intervención.

El momento del paseo por el bosque es realmente especial. El aroma de la tierra, los laureles salvajes y la hierba. El susurro de las copas, el débil discurrir del agua… Si estás concentrado en el baño de bosque, la experiencia te serena , te proporciona una satisfacción tangible de ese conjunto de intangibles de la naturaleza.

Es un sistema lleno de intervenciones del propio sistema : un tronco que se seca y se cae , otro cubierto de musgo, que se inclina buscando sobrevivir.

De repente, te encuentras con intervenciones externas al sistema. En este caso, humanas. Y , mira, te alegras de que sean respetuosas con ese paisaje. Están los Cairn ( del gaélico escocés) aspiracionales aunque leo que “existe en castellano el término morcuero que, según dice el diccionario de la RAE, es un «montón de piedras al pie de los caminos dedicado a Mercurio, que se formaba con las que iban depositando los viajeros en honor del dios».”

También los que hacen algo más artístico.

Encuentro otra intervención humana. No es un morcuero, es una guarrada.

No se han dejado nada al azar: además de escombros, la intervención se corona con una preciosa botella de plástico.

Ojalá el Dios Mercurio actúe en consecuencia…

Acabo con foto sin intervenciones humanas.

Pasan cosas.

Sentada , delante de un paisaje natural, un ser inquieto me dice que allí no pasa nada. Ya he utilizado el recurso de las nubes y sus formas cambiantes así que pasamos a la observación más intensa. “Sí que pasan cosas, solo hay que saber mirar”.

Vemos danzas de mariposas blancas, unas aves cruzan el cielo (graznan como patos por lo que deben ser patos) y otras se adentran en la zona boscosa. Detectamos un hueco entre los árboles por donde van pasando. Hay viento, así que las nubes siguen su juego y nos llega el sonido de las copas de los árboles, susurrando. Oímos disparos. Parece que ya se ha abierto la veda de caza. Nos sobrecogen. ¿Ves como pasan cosas? Después, oímos las motos que , supongo, están haciendo las rutas de las bicicletas de montaña. Menos mal que no nos llega el aroma a gasolina. Y un avión. Se ve muy pequeñito y lejano pero se oye la estela atronadora, amortiguada, pero ahí está, destrozando la coreografía del cielo.

También hay cosas que no pasan y deberían estar pasando. Hace mucho tiempo que recalo en esta zona y, en octubre, me sentaba a ver ese paisaje con algo que me protegía del frío. Hoy, sigo con camiseta de manga corta .

Y cuando miro la montaña, recuerdo lo bonita que estaba , cubierta de nieve.