Un ramo precioso.
Es bonito por sus flores y aún más bonito por el reencuentro.
Es una cosa que me dijeron.
Una amiga me explicaba el proceso de su enfermedad. Sus palabras eran naturales, positivas, preciosas… Lo que me dijo, que es precioso, es que, si repitiera su vida, lo dejaría todo tal cual está ahora.
Y es que, en el ahora, es muy feliz.
Su travesía, en los momentos más difíciles, la hizo en compañía. Aparecieron los sentimientos más espontáneos y puros que unen a una familia. Y ese amor descomunal se ha hecho presente.
Pasan los años y cada uno empieza a hacer su vida. La familia es armónica y se reúne en los momentos decisivos: cumpleaños, bodas, bautizos, Navidad, en alguna comida familiar… y, de repente, le pasa algo a uno de sus miembros y lo que era esporádico se convierte en habitual.
La familia aparece. También los amigos. Los compañeros de trabajo…Se reciben altas dosis de cariño que compensan las dificultades. Reconoces el amor que te tienen y el tuyo hacia los demás, que también aparece como si fuera sólido. Casi se puede tocar.
Y es tan brutalmente precioso, que no cambiarías nada, ni siquiera lo más doloroso, si la consecuencia es no tenerlo.
¿Es o no precioso?
The Captain me acompaña hace más de quince años. Es un oso de peluche simpático, vestido de aviador, que ganaron unos amigos en una tómbola de verano, en uno de esos puestos móviles, con escopetas de balines, que se instalan en las Fiestas Mayores de los pueblos ( o se instalaban, que la cosa se va modernizando). Desde ese momento, es un acompañante fijo en mi coche.
El pobre Capitán, ya ha pasado por varios vehículos. Siempre insertado en una de las guanteras laterales, al lado de la puerta del copiloto, vigilando y cuidándome. Ha pasado calor, se ha tostado al sol, se ha visto cubierto de polvo y los años, como a mí, le han pasado factura. Se le ha caído la cabeza, se le ha abierto la gorra, se le sale el relleno y las gafas se están desintegrando, pero… ahí está.
The Captain ya no sólo es un objeto emocional, que representa una vida, un camino de amistad y cariño, también es mi amuleto. Sin él, la carretera no es lo mismo…
Así que, aunque a partir de ahora vayamos a desplazarnos en otro coche , lo vamos a hacer juntos. Lo he restaurado bajo mínimos pero ya está en acción, en la guantera de la puerta del copiloto , esperándome…
Es un síndrome conocido por todos . El Síndrome del «No-sabe-igual-que-allí«.
Por poner unos ejemplos de este Síndrome :beber sidra fuera de Asturias, el pa amb tomàquet fuera Catalunya, las morcillas de arroz fuera de Aragón, el pescaíto frito fuera de Andalucía, la paella fuera de Valencia y así, hasta el infinito. Lo mismo, a nivel internacional : la tequila sabe mejor en México, la Guinness en Dublín, o una Ginjinha en Lisboa.
Todos tenemos un catálogo de cosas que han sufrido el Síndrome del «No-sabe-igual-que-allí». En mi caso, el más clamoroso son «Les herbes» de Eivissa. Esas, que allí, en la isla, con mucho hielo y a la vera del mar, saben como algo glorioso…En casa, no están mal pero…no es cómo allí…
La magia de estas cosas viene, de serie, ligada al lugar de origen. Esto es así y no hay que darle más vueltas. Lo que hace que esos sabores sean tan diferentes, es fruto de la experiencia vinculada a ellos.
A medida que vas agregando a la lista nuevas cosas que “No -saben-igual-que-allí” te das cuenta que esa experiencia puede ser, también, un estado mental. Por ejemplo, nuestra percepción positiva cuando estamos de vacaciones puede convertir un hot-dog en un manjar ( y sobre todo, si te lo zampas en la Quinta Avenida de New York) pero la mayoría de las veces , no es el sabor lo que es diferente si no el estado en el que ha quedado nuestra alma, tras la ingesta…
Habrá algunas de esas cosas que no podremos reproducir jamás. Esas, ya están condenadas al Síndrome de “No-sabe-igual-que-allí” eternamente.
Este fin de semana, he añadido una nueva cosa a mi lista del Síndrome: es una ensaïmada, comprada en Ca’n Mateu D’es Forn, en Sant Joan ( Mallorca). Su lema es “forners des de 1881” y su receta (ya centenaria) hace de este pequeño horno, uno de los mejores lugares para encontrar la ensaïmada más deliciosa del mundo. El secreto estará en la proporción de harina, en la cantidad de azúcar, o en la textura del saïm (manteca de cerdo) de donde proviene el nombre de esta delicia …Será todo eso. Seguro, que algo tendrá que ver Ca’n Mateu pero, además, súmale la buena compañía y el cariño. El buen tiempo que nos regaló la isla, el horno de leña y las risas.
Como no podía ser de otra forma, me he traído una de esas maravillosas ensaïmades a Barcelona y…mira qué está buena pero…definitivamente no sabe igual que allí. ; – )
Acabo de aterrizar en Barcelona, después de una increíble y «perfecta» semana de vacaciones.
Aún estoy en estado de shock ( a la par que sorprendida) ya que, en el previo al viaje, mis expectativas se habían devaluado y tenía una gran inquietud respecto a nuestra elección… Pero, el «Ya se verá» (*) ha funcionado de una forma asombrosa y vuelvo, encantada de la vida (de esos días, otros posts anteriores os darán una idea ).
Se han dado una serie de variables ( todas a la vez) que han moldeado una semana de esas de ensueño. Una de las cosas que me llevo, es una nueva amistad de esas «espontáneas» e intensas y una invitación a visitar Los Angeles .
Aunque parezca un feeling exaltado fruto de un «colocón emocional» , de esos típicos de las vacaciones, en este caso las cuatro personas afectadas creemos que se produjo una sintonización total ( ¿de nuestras ondas cerebrales?), espontánea y natural que nos hizo interconectarnos de la misma forma. También, nos embargó la certeza de que nos volveríamos a encontrar…
Desde el principio, ese «estar en la onda» se manifestó de forma clara . Esto me ha llevado a reflexionar sobre la atracción que se genera entre los seres humanos ( y ahora no hablamos de la sexual) que hace que personas que no se conocen de nada y que provienen de lugares diferentes del mundo , se detecten , se atraigan y se relacionen. Se me ha confirmado que existe esa energía vital que con unos choca y va contracorriente y con otros se fusiona de forma fluída . El feeling nos rodea y se manifiesta .
Así que he vuelto más rica. Enriquecida en experiencias placenteras que me han hecho sentir privilegiada y agradecida y con nuevas personas que estarán presentes y forman parte, ya, de mi modesta biografía.
Lo dicho : Muy agradecida.
N. B : Maestro Zen y el «Ya se verá»
Cuenta la historia de un niño que nació en una familia muy rica, por lo que podía tener un caballo. Todos le decían: “¡qué niño más afortunado!”.
A lo que el Maestro Zen dijo: “Ya se verá”.
Un día el niño se cayó del caballo y se rompió las dos piernas. Todo el mundo empezó a decir: “Qué mala suerte. Qué niño más desafortunado”.
Entonces alguien preguntó al Maestro Zen y él respondió: “Ya se verá”.
Al cabo de unos meses estalló una guerra. El chico, como tenía las piernas rotas, se salvó de ir a la guerra. Entonces todo el mundo empezó a decir: “Qué suerte. Qué niño más afortunado”.
Entonces alguien preguntó al Maestro Zen y él respondió: “Ya se verá”.
Hace años, cuando iba a estrenar mi casa, me atacó el virus de «todo-acabado-perfecto». Esta bacteria te obliga a comprar t-o-d-o : los cuadros del recibidor, las mesillas de noche, las cortinas del salón, etc,etc,… La idea es que la casa luzca con todos los detalles decorativos pertinentes, nada más entrar. Las reformas me las había hecho un decorador, padre de una amiga con el que había una confianza máxima . Así que el día que me vió con las típicas láminas de Matisse ( que viene a ser como los Girasoles de Van Gogh, en cuanto a su expansión multitudinaria en nuestros hogares), meneó la cabeza , me las quitó de las manos y me dijo algo más o menos así: «Tu casa, la decorarás con el tiempo. Encontrarás cosas que , de repente, te enamorarán, te encajarán en el lugar preciso o, simplemente, tendrán un significado especial que les otargará un lugar , también, especial». Debo confesar que el consejo quedó registrado en el apartado correspondiente en mi cerebro pero, como ya estaba contagiada por el virus «todo-acabado-perfecto» y ya lo tenía casi todo, pasé del consejo y colgué todas las reproducciones de Matisse…
Con los años, todas estas cosas «prefabricadas» han ido desapareciendo de mi hogar. Al final,el consejo más que un consejo es una descripción realista de lo que te va a ir pasando, a medida que caminas la vida : Una teera rescatada de la casa natal de mi suegro, una estrella de metal oxidado para poner velas , regalo de unos amigos. Las toallas antiguas con las iniciales de mi madre, un florero de cristal de mi abuela, un cuadro pintado a cuatro manos, una ampliación de una foto en Eurodisney, un molino de café antiguo que mi padre encontró en un rastro, aquella máscara tribal que cargamos en el viaje de novios , hasta llegar a destino… Si miras a tu alrededor y tienes ese camino recorrido ( el período inicial se inicia en el IKEA y es , a partir de ahí que cuenta), encontrarás tus cosas mágicas.
Pueden ser de hoy o de ayer. Fruto del esfuerzo o de la casualidad. Con una anécdota especial marcada en sus formas o, simplemente, procede de alguién que lo convierte en significativo. Dependerá de nuestra historia y… de nuestro camino.
Si volviera hacia atrás , haría caso a mi decorador favorito y dejaría espacios vacíos …Esperaría a llenarlos (con todo lo que implica) y así me hubiese ahorrado el «reubicar», «donar», «reciclar», «tirar» todas las cosas que no tienen «touch».
La nevera antigua de Coca-Cola que ilustra este post, es una de esa cosas «con alma» que pronto estará en uno de mis espacios. Disfrutaré con su puesta a punto y, cada vez que la vea, recordaré que tiene magia…
La chispa de la vida…