#Encasa (lo de los abrazos.)

El abrazo es una de las expresiones de afecto,  disponible en el repertorio que tenemos los seres humanos.

Es el gesto que más nos conecta físicamente con el otro ya que , en el momento del abrazo, los cuerpos se unen. A veces, está proximidad corporal nos disturba ya que el contacto se convierte en algo demasiado íntimo que sólo nos vemos capaces de prodigar a los más cercanos.

Hay gente muy abrazadora y gente que no pero, ahora, incluso las personas no-abrazadoras tienen síndrome de abstinencia de abrazo…

Hasta que el abrazo no sea posible ( en mi zona, aún estamos en Fase 0 !), la diseñadora Lee Eun Kyoung (Corea del Sur) ha diseñado el Sofá Free Hug.

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Es de felpa…

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Me duele la espalda.

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Me duele la espalda. Estoy sufriendo… Nunca me había dolido tanto…

Estoy desesperada y eso me hace cometer imprudencias. Como ahora mismo… Estoy en la Plaza de los Remedios, buscando a un hombre. ¡Qué locura, por Dios! Dicen de él ,que cura todas las dolencias y yo necesito que alguien me ayude. Las calles que circundan la plaza están oscuras, muy oscuras y empiezo a tener miedo.

Oigo unos pasos y, de la oscuridad, emerge un hombre vestido con una túnica. No puedo dejar de observar esas estrellas brillantes, que decoran el raso azul . Levanto la vista y veo que lleva unas gafas grandes y…esa melena rubia de bote ¡Oh, no! Me siento decepcionada. Es terrible que mi potencial sanador sea un imitador de Rappel. Le quita credibilidad. No quiero ni imaginarme la posibilidad que lleve un tanga de leopardo, debajo de esos ropajes…

Me hace un gesto con la mano y lo sigo, recorriendo esas calles tenebrosas. ¿Pero qué hago aquí? me pregunto pero, entonces, algo me presiona la espalda , tira hacía abajo y me hunde en el intento. Duele.

Estoy aquí por el dolor. Quiero que me lo quite.

Al final de nuestro camino, hay una curva pronunciada que esconde un paraje maravilloso. Me sorprende el cambio repentino de texturas, pero no le doy muchas vueltas. Tampoco al hecho que estoy siguiendo a un tipo que va disfrazado de Rappel. La luz natural de las cientos de estrellas que titilan en el cielo, son suficientes para iluminar el hermoso jardín de margaritas. Hay miles y parecen sonreírme. En el centro de ese estallido floral, hay una caravana. El hombre me dice que vive allí y me invita a entrar.

Empiezo a caminar entre las margaritas, en dirección a la caravana que ya tiene la puerta abierta. Una luz blanca, suave pero radiante a la vez, se escapa del interior. En el mismo instante que rozo las flores, desaparece la sensación de inquietud que me ha embargado en la Plaza de los Remedios. No sé cómo pero estoy descalza y siento la hierba fresca bajo mis pies.

El hombre ya no se parece a Rappel. Viste una camisa blanca y unos jeans y también va descalzo. Me explica que cada Carnaval, le toca disfrazarse de un vidente famoso. Sonríe cuando me indica que el año anterior le tocó Paco Porras. Es una explicación lógica al extraño atuendo con el que me ha recibido . Lo que no la tiene, es que yo esté descalza, en medio de este campo de margaritas pero…no pregunto. No digo nada. Presiento que mi espalda va a estallar de un momento a otro. Tengo ganas de llorar.

Entro en la caravana. Todo es blanco , hasta el sofá en el que me invita a sentarme. Lo hago. No importa que este en medio de la nada , con un hombre desconocido . Lo único importante es sentarme en ese sofá blanco.

Lo hago con mucho cuidado. Mi espalda está rígida. Mi alma, también. Y me siento sola. Cuando me acomodo contra el respaldo, siento una extraña brisa que refresca el ambiente. El aroma de margaritas me envuelve.

El hombre me mira a los ojos y , de verdad, me ve. Y lo ve todo. Me pide que lo deje salir. Que se lo entregue. Cada vez estoy más cómoda y mi columna vertebral empieza a ser moldeable. Me duele menos.

Lo saco. Le hablo. Lo digo todo. Se lo doy. Comparto lo que me pesa, lo que me hace hundir los hombros. Poco a poco, pacientemente, saca la pesada losa de mi espalda.

Ya no duele. Las flores me regalan el alivio.

Ya no duele.

La caravana no está. Ni el hombre. Sólo yo, mis pies descalzos y este gran prado lleno de margaritas…

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(…)

El despertador interrumpe mi sueño. ¿Margaritas? Me desperezo con lentitud : estiro mis brazos, estiro mi cuello y, por fin, estiro mi espalda. Es flexible y responde . Se alarga, cruje y reposa.

Abro la ventana . El cielo parece transparente y hay una luz preciosa. Siento, de repente, que no puedo desaprovechar este día. Estoy aquí y es hoy.

De camino a la cocina, en busca de mi café,  me tropiezo con el sofá beige mortecino que decora mi salón. Me golpeo el pie, en el meñique  y siento un dolor intenso que interrumpe mi estado flower power pero, cuando me agacho para frotarme mi dedo pequeño y dolorido, mis manos se enredan con una margarita prendida en el dobladillo del pijama.

Decido que voy a cambiar el sofá. Voy a comprar uno de color blanco.

Me pongo la margarita en el pelo y sonrío.

Ya no duele.

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NB : Las fotos son de Unplash.

Un sofá blanco…

Encontré el sofá el lunes pasado por la noche. Lloviznaba suavemente …Tan delicada era la lluvia que parecía no mojarte pero la leve capa de agua que escapaba del cielo, estaba muy, muy fría. No había sido buena idea bajar la basura a aquella hora de la noche , en pijama y con las zapatillas mullidas de estar por casa…pero de eso, me di cuenta más tarde. Mucho más tarde.

Fueron escasos los minutos que invertí en depositar mis escombros en los recipientes adecuados .Mi espíritu reciclador (Reciclator, era cómo lo llamaba en mi intimidad interior) me ayudaba a realizar un exhausto proceso selectivo de todos mis deshechos y llevaba mis bolsas ya clasificadas para tal menester. La última bolsa a depositar era la del papel, y para ello tenía que desplazarme en línea recta, los diez metros que ocupaban cada uno de los containeres de cada una de las cosas que debíamos separar para su reciclado… Aceites, pilas, vidrio, papel, plástico , orgánico, cápsulas de café, spray…

Los lunes, a partir de las nueve de la noche, se podían sacar todos los muebles y trastos viejos, ya que había un servicio de recogida habilitado para todo el vecindario. Normalmente, me encontraba con ese triste espectáculo del colchón lleno de manchas de origen desconocido ( o mejor , desconocerlo ), o ese mueble de fórmica desconchado, o una silla de mimbre desecha… pero, esta vez, lo que vieron mis ojos fue un imponente sofá de tres plazas que parecía brillar a la luz de la luna.

No sé si serían las gotitas de agua , ya escarchadas sobre la tapicería o mi imaginación que me jugó una mala pasada, pero el sofá , brillaba. Te lo juro. Me atraía como un imán…Al acercarme y observarlo con detenimiento, pude comprobar que no tenía ningún desperfecto y que ni siquiera el color blanco deslumbrante se veía mermado. ¿Quién tiraría un sofá nuevo, por Dios?. Pensé en mi pobre armatoste del IKEA , lleno de manchitas irrecuperables y pequeños surcos allí donde mi cuerpo  lo había moldeado y en , ese momento, Reciclator, mi férreo espíritu reciclador, apareció con toda la furia que poseen los espíritus furiosos. No es una redundancia… es mucha furia.

Esa es la única explicación posible para que yo sola pudiera cargar el sofá de tres plazas y entrarlo por la puerta de mi casa ( ya sé que vivo en la primera planta pero…¿Tú has visto ese sofá?). El Reciclator me dio fuerzas divinas  y no sólo dejé el  sofá en mi salón, precioso y brillante si no que bajé mi pobre dos plazas ( color marrón chocolate) y lo dejé en la zona de los trastos viejos.

Lo estaba admirando, felicitándome por mi buena suerte y apreciando lo bien que quedaba frente a mi televisor. Estaba empapada y dejando un charco de agua , gracias al poder de absorción de mis mullidas zapatillas de estar por casa. Me daba miedo acercarme al sofá para no mancharlo… Entonces apareció mi gata, dándome la Bienvenida tras la expedición nocturna de “Tirar la basura y encontrar un sofá”.

Se detuvo al ver aquel objeto que no le era familiar, en el centro de nuestros salón. Lo olisqueó, recorrió su perímetro, lo volvió a olisquear… Entonces toda ella se arqueó dramáticamente y dejó que su suave pelaje se levantara , en plan puerco espín. Y mira que eso es raro. Missy es ( perdón, era), una gata amistosa y muy cariñosa. Nunca se había mostrado así ante nadie ni nada …

Bueno, miento. Una vez  me dejaron al cuidado de un amable cachorro de pastor alemán , durante apenas 48 horas y Missy ( nunca he sido original para esto de los nombres, lo sé) se volvió loca pero… nunca más, la verdad. Eso me tenía que haber hecho sospechar pero… ¿Cómo iba a pensar yo…? …

La cogí en mis brazos y acaricié su cabecita peluda. – Tranquila , solo es un nuevo sofá– le murmuré al oído…

Esa fue la última vez que la toqué…¡Pobre Missy!.

Ya con la urgencia de sacarme el pijama y las chorreantes ( y mullidas zapatillas), la lancé suavemente al centro del sofá blanco y brillante .Y , ¿qué pasó?… Se oyó un gran “Flop” y Myssy desapareció como engullida por el maldito sofá.

No te puedes imaginar que espanto. No me saco ese “Flop” de la cabeza.

Grité su nombre pero el sofá no me devolvió a Missy. Aterrada, cogí un libro que tenía encima de la mesa. No te creas que uno cualquiera… Era el tocho de los “Pilares de la Tierra”. Bien grande y hermoso…y visible. Lo tiré al sofá y ¡desapareció!. Lancé un cenicero, un jarrón de Murano ( especialmente feo . Ese que me había regalado mi cuñada), el mando de la tele ( si ya sé que eso fue una estupidez) y , por fin, las chorreantes y mullidas zapatillas… El sofá se lo zampó todo. No dejó ni las migas…¿Entiendes ahora por qué te llamo pidiéndote ayuda?. Llevo una semana en una habitación de hotel, esperando que llegué de nuevo el lunes y pueda volver a sacar el sofá maldito del salón de mi casa…

Sólo se pueden tirar los trastos viejos el lunes por la noche y yo sola, no podré sacarlo…

¿Puedes venir a ayudarme?…

 

Foto : Sofá diseño de Lila Lang.

Los Bellos Durmientes de Sofá.

Mmmmm… Divino sofá.

Uno de los momentos más placenteros en eso del dormir, se produce asociado a un mueble que no es una cama. Es un sofá. Uno de esos mullidos , llenos de cojines y que se adapta perfectamente a nuestras formas. Lo conocemos de hace tiempo y es cómodo.

En él, se produce esa extraña transición del mundo de los vivos al de los sueños . La televisión suele estar encendida. Al principio, en esa posición relajada, empiezas a ver la peli, la serie o el programa de turno. Te interesa y te parece imposible que vayas a dormirte en los cinco minutos posteriores  porque, realmente, te gusta lo que ves. Pero el cuerpo se va relajando y de una posición de semi-erguido ( eso demuestra nuestra voluntad de atención) pasamos a una más laxa, casi estirada. Después, nuestras manos organizan los cojines. Primero, uno y el otro. Si es invierno, te acurrucas en la mantita. Si es verano, la brisilla que entra por la ventana ejerce un efecto sedante que hace que te repliegues más en la postura. Sigues viendo la tele pero cada vez cuesta más manterner los ojos abiertos. Transitas , unos minutos, por un mundo de aquí y de allá. Vas viendo un segundo de peli y caen los párpados. Otro segundo y vuelven a caer… Y ya no se levantan.

Hay quien , en el momento previo al tránsito entre los dos mundos, ya baja el volumen del televisor. Los otros, no sólo no lo tocan si no que sí a otro ( el que se ha quedado despierto en el sofá, por ejemplo) se le ocurre variarlo ( en un sentido u otro) el que dormía, se despierta…

El momento sofá puede producirse en su versión diurna y nocturna.  El primero, se puede considerar un tipo de «siesta» ( hay quien la hace en la cama y con pijama) y el segundo es una de las causas más conocidas de «desavenencias conyugales».

Me explico : el momento sofá pasa a convertirse en «un sueño profundo en el sofá». En horario nocturno, uno de los miembros de la pareja se convierte en el sufridor-despertador( si son los dos los que caen , entonces el único problema es el dolor de espalda ) .  Es el que debe hacer volver al otro al mundo de los vivos, para dirigirlo a la cama. Las primeras veces que esto ocurre, se suele proceder con agilidad pero,a medida que pasa el tiempo, es más difícil desenganchar al Bello/a Durmiente de su precioso sofá. Es entonces cuando se inician las estrategias :

1) El que «despierta» advierte al que » se duerme» que no lo despertara. O le reprocha que a los cinco minutos, ya esté roncando …. Es entonces cuando el que «seguro que se va a dormir» miente como un bellaco para preservar su momento sofá : jura y perjura que verá la peli entera y se sobrepone al cierre de párpado, emitiendo frases incoherentes para que el otro se crea que NO se está durmiendo ( esto viene a ser hacer el típico comentario : «Este parece el malo» sin saber si lo es o no, ni siquiera quien es y cerrar párpado inmediatamente).

2) Lo que es seguro que el que se duerme, se va a dormir y por tanto , se va despertar ( por sus propios medios o con ayuda) y se va a desplazar a la cama. En esta fase del proceso, si se quieren evitar momentos de irritación, hay que seguir las siguientes consignas:

-. Para el que se va dormir en el sofá: aseo, cepillado de dientes y pipí previo , antes del sofá. Si se hace «al despertar» corres el serio riesgo de desvelarte.

-. Transitar por la casa con las luces apagadas. Utilizar luces de vela ( de las infantiles) para no empotrarse contra un armario o similar.

-. Intentar no realizar más actividad cognitiva que el puro desplazamiento por el espacio hasta llegar a la cama. Cosas como : 1) breve conversación o 2) poner en hora el despertador están prohibidas.

Todo lo bueno que tiene el «momento sofá» en las primeras décadas de la vida (en las que se puede dormir toda una noche sin consecuencias físicas), se va complicando a medida que las vas sumando. Es por eso que, sin renunciar al fantástico placer de dormitar , acurrucado en tu increíblemente cómodo sofá, mientras tus ojos se van dejando caer, hay que marcar un tiempo límite y descansar en el lugar apropiado para nuestros músculos y vértebras.El grado de rígidez en el que te despiertas después de una noche entera de sofá, marca tu estado de forma física y tu edad.

Es por eso que es tan importante , conseguir «redormirse»  y que «la persona que te despierta y comparte tu cama», primero, te despierte y segundo : sea empático con el que sufre del mal «momento sofá» y no abra las luces, ni te sacuda con brío para traerte , de vuelta, al mundo consciente…