
Hay gente que pone árbol: es bonito, luce bien, huele a infancia y proclama la Navidad. Y también están quienes, sin renunciar a la fiesta, se las ingenian sin árbol.

Cualquier cosa sirve para crear la estética navideña: una pirámide de ovillos, de libros, una escalera, una constelación de luces o una forma triangular hecha con lo que ya tienen en casa.


Es un árbol que, además de luces, tiene imaginación. Y convierte la Navidad en un gesto creativo.


Propongo una nueva tradición, a libre disposición de quien quiera adoptarla: cada año hay que inventar un árbol distinto… sin árbol. Y si queda torcido, mejor: es más real.




















